«La idea de que el Libro de Kells pertenece únicamente a Iona nunca tuvo más valor que cualquier otra hipótesis». Quien así lo afirma es la académica Victoria Whitworth, cuya voz se ha convertido en el centro de una discusión que amenaza con modificar … uno de los relatos más repetidos de la historia cultural de las Islas Británicas: el lugar de nacimiento de uno de los manuscritos medievales más admirados del mundo.
Para Whitworth, especializada en el arte y la arqueología de la Alta Edad Media en las Islas Británicas, todo apunta a que la obra pudo ser concebida en territorio picto, en el noreste de Escocia, y no en el célebre monasterio de Iona.
La investigadora sostiene que Portmahomack, en Easter Ross, al norte de Inverness, ofrece pruebas materiales y estilísticas que encajan con la elaboración del manuscrito a finales del siglo VIII. Allí, las excavaciones dirigidas en los años noventa por Martin Carver revelaron la existencia de un monasterio picto de dimensiones considerables, con un taller de pergaminería, restos de instrumentos de orfebrería y un corpus escultórico de notable sofisticación. Uno de los hallazgos más significativos fue un cincel de escultor encontrado en el área del taller de ‘vellum’, que sugiere que la producción de manuscritos y la talla de piedra eran actividades interrelacionadas.
Para Whitworth, las similitudes entre las inscripciones en piedra de Portmahomack y la caligrafía ornamental del Libro de Kells son difíciles de pasar por alto. Un ejemplo destacado es un fragmento de cruz monumental, hoy conservado en los Museos Nacionales de Escocia, que muestra capitales latinas de gran complejidad, comparables con las del manuscrito. «Es el relieve más elaborado de la escultura en piedra en la Alta Edad Media en las Islas Británicas», sostiene la autora en declaraciones recogidas por ‘The Guardian’. «Las letras son muy semejantes a las de Kells: capitales exhibidas con un grado de invención y fantasía que no encontramos en Iona».
El contraste estilístico es, de hecho, uno de los argumentos centrales. Mientras que las inscripciones de Iona responden a una estética marcada por la claridad y la sobriedad, la obra de Portmahomack revela un gusto por la complejidad formal, la experimentación y la ornamentación exuberante. A juicio de Whitworth, esa «invención inagotable» encaja con la personalidad artística del manuscrito, más que con la tradición visual de la comunidad monástica de Iona.
El Libro de Kells, custodiado desde el siglo XVII en el la Biblioteca del Trinity College de Dublín, reúne los cuatro evangelios del Nuevo Testamento y se data en torno al año 800. Su historia transmitida hasta hoy lo vincula al monasterio fundado en Kells, en el condado irlandés de Meath, donde habría llegado después de que los vikingos asaltaran Iona. Sin embargo, la cronología da lugar a algunas dudas. Kells, según recuerda Whitworth, no adquirió relevancia hasta finales del siglo IX, demasiado tarde para ser el lugar de origen.
Relato tradicional
Algunos indicios ya habían cuestionado el relato tradicional. Investigadores anteriores habían observado que la caligrafía del manuscrito se asemeja más a la de Lindisfarne, en Northumbria, que a las irlandesas, y es sabido que los monjes de Lindisfarne mantuvieron estrechas relaciones con los pictos, a quienes instruyeron en prácticas litúrgicas y artísticas. Lo que faltaba era un emplazamiento picto suficientemente documentado para sostener esa posibilidad, y, a juicio de la experta, Portmahomack ha llenado ese vacío.
Pero este giro en la narrativa más aceptada no convence a todos. Rachel Moss, profesora de Historia del Arte y la Arquitectura en el Trinity College, recuerda que en el siglo VIII circulaban monjes, objetos y manuscritos por toda Irlanda y Gran Bretaña. «A menos que quede registrado en el propio manuscrito, es prácticamente imposible establecer con certeza dónde fue creado o por quién. Lo que lo hace especial es precisamente su capacidad de amalgamar influencias de todo el mundo conocido en un estilo único», aseguró.
El debate académico ha encontrado además un eco inesperado en el ámbito local. El Tarbat Discovery Centre, erigido sobre los restos del monasterio picto de Portmahomack, acoge desde hace meses el proyecto ‘Stories on Skins’, apoyado por el National Lottery Heritage Fund. Allí, el artesano Thomas Keyes reproduce páginas iluminadas con las técnicas y materiales del siglo VIII, inspiradas en el Libro de Kells. «Es una oportunidad extraordinaria para situar el este de Escocia en el mapa de la historia cultural medieval», subrayó Ellen Marks, representante del Patronato Histórico de Tarbat.
Mientras el debate continúa, la investigación de Whitworth será publicada en octubre en ‘The Book of Kells: Unlocking the Enigma’, editado por Head of Zeus. El volumen promete reavivar la discusión sobre los orígenes del manuscrito y, de paso, sobre la consideración que se ha tenido de los pictos como pueblo. Para la académica, vistos durante siglos como una cultura marginal y atrasada, los hallazgos en Portmahomack prueban lo contrario: que fueron capaces de desarrollar un centro monástico sofisticado, culto y orientado a la producción de libros.
Por ahora, no existe consenso definitivo. La comunidad académica se mueve entre la prudencia y el entusiasmo, mientras en Dublín el manuscrito sigue recibiendo cada año a cientos de miles de visitantes. El público lo contempla tras vitrinas reforzadas, ajeno a las disputas sobre su origen, lo que en definitiva demuestra que la fascinación permanece intacta por un documento que, doce siglos después, continúa siendo un testimonio de la inventiva y el virtuosismo artístico de la cristiandad insular, independientemente de que su primera página haya sido trazada en la isla de Iona; en Irlanda; o como defiende Whitworth, en un monasterio picto al borde del mar del Norte.