Todo el mundo conoce esa frase socarrona de ‘Casablanca’, cuando el capitán Renault le cierra el café a Rick Blaine al grito de ‘¡Qué escándalo, he descubierto que en este local se juega!’, y justo después el jefe de sala le entrega el fajo … de billetes que había ganado. En fin, este sería el mayor ejemplo de fariseísmo de no ser porque ya se ha escuchado demasiadas veces la frase: ‘¡Qué escándalo, acabo de descubrir que en el cine se miente!’.
La última de ellas, hace unos días a propósito de ‘El cautivo’, la película de Amenábar que trata un capítulo de la vida de Cervantes que es evidente —y confesado por el propio director— que contiene algunas fabulaciones y conjeturas encajadas entre los hechos: Cervantes pasó en Argel cinco años de cautiverio, era un hombre joven, con ingenio y simpatía, de creencias religiosas y con fuerza para sobrevivir.
Las armas que utilizó para escapar de allí con vida, fueran de ingenio, espirituales o carnales, son las que muestra la imaginación de Amenábar (en buena parte, sustentada en crónicas, versiones, intuiciones y deducciones sobre su homosexualidad que han sido rebatidas por otros autores con rigor) y de las que se sirve para completar el argumento de su película y ofrecer una imagen de un Miguel de Cervantes anterior a su gloria literaria, pero rebosante de inventiva, carisma y energía.
El cine de ficción miente porque puede, porque tiene imaginación y barra libre
Que el cine engaña, falsifica, inventa, denigra, enaltece y calumnia es algo con lo que habría que contar, pues está en la esencia de su ADN, y además, junto a ese remolinete de mentiras, algunas de ellas maravillosas, nos entrega nuestro fajo de ganancias. Es cierto que hay muchos tipos de mentiras, las piadosas, las malintencionadas, las deliberadas para sacar provecho o falsear la realidad, las que exageran, distorsionan y las que ocultan información, las patológicas, las ridículas o las infantiles…
El cine las conoce todas, y las usa con la convicción de que así mejora una película, la hace más atractiva, o espectacular y hasta, incluso, más convincente. Sabemos que Anastasia Romanov no sobrevivió a la matanza de los bolcheviques y que murió junto a su familia, pero fue una bonita película de animación y un papel de Oscar para Ingrid Bergman.
Podría decirse que el cine de ficción miente porque puede, porque tiene imaginación y barra libre, y además porque trabaja un género que se denomina literalmente fantasía. Y dentro del cine de ficción hay una estantería dedicada al cine biográfico, que ha de tener algún sustento con lo real de una historia o un personaje. Pues, ahí, el cine también tiene el privilegio de decir mentiras en cualquiera de sus modalidades, malintencionadas, piadosas, ridículas o infantiles, y cualquiera al que no le guste que le mientan y sí le guste, en cambio, ir al cine, tiene todo el derecho del mundo a decir la hipócrita frase del capitán Renault: ¡Qué escándalo, en el cine se miente!
Una película biográfica, es decir, aquella que coge a un personaje histórico y cuenta de él su vida, o un episodio de su vida, suele llevar un componente incorporado de panegírico, o de diatriba, una intención de homenaje, o también de reprobación, engrandece o empequeñece y utiliza la verdad, la media verdad, la fabulación y sin el menor remordimiento la ‘mentira’, al menos entre comillas. Y con esa certeza se pudo ver la hagiografía del Che Guevara que hizo Steven Soderbergh, o la que de Gandhi hizo Richard Attenborough, o el ‘Lawrence de Arabia’ de David Lean, o el Schindler de Steven Spielberg, o el Amadeus de Milos Forman, y qué pensaría Antonio Salieri de su papel en esa película.
Con respeto
Y no siempre el espectador, o la crítica, o la opinión pública reacciona con igual respeto a la creatividad del autor, a su inspiración y fantasía, cuando el biografiado no emerge de la película tal y como fue, o como se cree que fue. El Che tiene que ser un personaje de luz y no un asesino implacable; María Antonieta solo puede ser la de los ‘cruasanes’; el Jesucristo, de Martin Scorsese, el de la última tentación, puede o no parecer excesivamente humano y, por supuesto, el Cervantes de Amenábar tiene que ser el manco que escribió ‘El Quijote’. Todas estas películas y varios centenares más han construido personajes reales con un alto componente de fabulación y con un buen puñado de medias verdades. Es entonces el momento de gritar: ‘¡Qué escándalo, en esta película se miente!’.
Quizá el secreto consista no en que te cuenten ‘la verdad’, sino en que el personaje no pierda su esencia en la pantalla y, a ser posible, muestre perfiles, rincones y trazos inesperados que lo humanicen y al tiempo le otorguen un aroma legendario. Jackie Kennedy, Diana Spencer, Herman Mankiewicz (el guionista de ‘Ciudadano Kane’), Judie Garland, Elvis Presley, Stephen Hawking… protagonistas de ‘biopics’ recientes, grandes personajes merecedores de que un cineasta cuente su historia. Pero, el cine clásico nos tiene dicho que el hombre que mató a Liberty Valance no fue James Stewart, fue otro, y que cuando la leyenda es mejor que la historia, se imprime la leyenda. Y, ¿qué quiero decir con todo esto? Pues, probablemente, NADA.