Este libro define lo importante en la dedicatoria, que reza: «A quienes perdieron la guerra civil española, de uno y otro bando». Porque el padre de Julio Llamazares es uno de los que la hicieron en el bando ganador, llamado nacional, frente al rojo. … Pero su hijo ha escrito esta búsqueda de la memoria y del padre con el mismo espíritu con el que Javier Cercas buscó las huellas del tío de su madre, Manuel Mena, falangista muerto en esa guerra a la edad de 19 años.
¿Podría decirse que esa guerra la ganó? ¿La gana nunca ningún soldado? Julio Llamazares, hijo de uno de ellos, que vivió las batallas de Teruel y del Maestrazgo en 1938 como radiotelegrafista, en el largo invierno de 1938, a cargo de un aparato de radio, que portaba junto a su gran amigo, Saturnino.
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Autor
Julio Llamazares -
Editorial
Alfaguara -
Año
2025 -
Páginas
326 -
Precio
20,90 euros
Este es quien poco antes de morir y ser enterrado en La Mata, provincia de León, cerca del padre de Llamazares, contó al autor apenas algunas de las historias que este libro trae según lo poco que Saturnino recordaba. Con la pena, repite varias veces Llamazares de no habérselas escuchado a su padre, a quien no preguntaba. Apenas hay historia, salvo el recuerdo del frío intenso de Calamocha, y de haber visto por vez primera el mar en el Grao de Castellón.
Pero han quedado huellas en el paisaje rural y urbano que el libro recorre con detalle, vestigios de aquello que no solo pudo ser, sino que fue. Y hay que contarlo sin rabia. A menudo me pregunto si el éxito reciente, desmesurado incluso, de ‘La península de las casas vacías’, de David Uclés, no tiene que ver, con que el nieto que la escribe no busca ya otra cosa que comprender a unos y otros, y con ese prisma de intrahistoria de gentes anónimas que fueron perdiendo la guerra que nunca ganaron desde donde estaban.
Porque las guerras civiles no pueden ganarse. Este libro pertenece al mismo género que otros muy buenos escritos por Llamazares: la crónica de viaje. Haya sido aquel titulado ‘El río del olvido’ o los días recorridos por ‘Tras os Montes’, o por el río Duero (alguno paisaje coincide ahora con el de tal libro) pasará Llamazares a la historia de nuestra literatura por tales libros y unas pocas novelas, como aquella fundacional dedicada al maquis titulada ‘Luna de Lobos’, o las que recorren la pérdida del paisaje familiar de su nacimiento.
El autor pregunta aquí y allá a gentes que encuentra por una historia de la que apenas hay ecos
El viaje y la memoria, no exenta de sutil melancolía, son los veneros más nutridos de su mundo personal, al menos de aquel con el que ha logrado frutos literarios granados. Conforme iba leyendo ‘El viaje de mi padre’ me esforzaba por comprender la lucha librada por el libro con el que podríamos llamar ‘estilo de la memoria’, puesto que al saber tan poco de lo que realmente ocurrió al padre y al amigo por aquellas tierras y pueblos, el libro pugna por ser honesto y no mentir poniendo sobre el papel las historias que faltan por conocer. Repetidamente dice que se imagina a su padre y al amigo Saturnino ateridos de frío, o con un miedo atroz a la metralla o a la aviación alemana e italiana que nutría las tropas de los sublevados contra la República.
Frío, miedo, y quizá la conjetura de que aquí hubieron de estar, en trincheras como las que el libro describe (y fotografía). Lo importante por consiguiente era contenerse en el tono, adoptar una pesquisa honesta sobre lo que pudo su padre vivir. La línea de gravedad del libro es el paisaje, primero castellano, la Castilla llamada entonces la Vieja, (desde León y Carrión de los Condes, por tierra de Campos hacia la vega vallisoletana del Duero, y luego Almazán, Soria, Ariza en Calatayud; por último, todo el bajo Aragón hacia Alcañiz y el Ebro y por Torre Miro hasta el Maestrazgo y Morella.
Como ha tenido el acierto de seguir en coche la misma ruta que su padre hiciera en tren por líneas ya abandonadas, lo que este viaje termina siendo es una geografía de la España de lugares abandonados, que fueron y ya no son, que se encuentran, como todo Teruel, despoblados. Pregunta Llamazares aquí y allá a gentes que va encontrando, por una historia que para todos ha terminado, de la que apenas quedan ecos y alguna trinchera o ruina. Una jovencita llega decir que no sabe que bando era en el que luchó y murió su abuelo. Es la España que fue de un modo y ahora es de otro, cuando ese preguntar y ese escuchar también da cuenta de la buena gente que queda, gente que no merece aquella historia de sangre e inmisericordia.