Por lo tanto, la slow productivity es la respuesta a esa situación, una forma de frenar ese ritmo, de saber elegir los momentos para dar respuesta, y de querer seguir siendo productivos recuperando el control de nuestro trabajo y de nuestro tiempo. Así, en un entorno de alta presión como en el que trabaja Mabel Ruiz, la clave no es “hacer menos”, sino:
Hacer menos a la vez: La multitarea es el camino más rápido al error y al agotamiento. Aunque tengamos 20 proyectos abiertos, el objetivo es que cada persona del equipo esté centrada en una sola prioridad en cada bloque de tiempo. Si estás redactando un informe, no estás mirando el email. Si estás en una sesión, el móvil no existe. Es una disciplina complicada de llevar a cabo, pero es la única forma de avanzar. En este caso, menos es más.
Calidad para no tener que repetir: Cada error, cada malentendido con un cliente, es volver a hacer un trabajo que nos roba horas que no tenemos. Para nosotros, “obsesionarse con la calidad” es una estrategia de pura eficiencia: hacerlo bien a la primera para poder pasar a lo siguiente.
A tu ritmo: Otra aceptación es la de ser conscientes de que podemos llegar a todo, pero no todo al mismo tiempo, y por supuesto, no podemos pretender estar a tope todos los días. Es encontrar ese equilibrio en un ritmo con el que no te agotes, que te permita ser productivo, pero sobre todo que no te queme.
Proteger la energía del equipo como el activo principal: Poniendo como ejemplo un equipo de tres personas, si uno cae por burnout, la facturación se desploma un 33% y la carga para los demás se vuelve insostenible. La clave es gestionar la energía, no el tiempo. Esto implica forzar descansos, saber identificar cuándo alguien está al límite y actuar, y que el responsable sea el escudo para los golpes y las interrupciones innecesarias.
Cómo implementar la ‘slow productivity’ en el día a día
Antes de nada, será fundamental establecer los puntos esenciales que marcarán los pasos a seguir. Para ello Desirée recomienda planificar por hitos, partiendo del “qué quiero lograr”; y eso pasa por definir unos objetivos diarios y semanales que sean retadores, pero asumibles. Después, será necesario estructurar la agenda por bloques, algo que nos ayudará a definir esos objetivos en espacios de concentración y productividad, sabiendo que los imprevistos podrán aparecer y cómo los podremos gestionar.