¿Tienes adicción al cortisol? He aquí las claves
Esa ejecutiva hiperproductiva que responde correos a cualquier hora, se salta comidas, duerme poco y rinde como nadie bajo presión –y se deprime cuando intenta parar–; esa madre multitarea que salta de un cometido a otro sin descanso –y cuando tiene un rato libre, limpia o repasa la agenda porque estar quieta le genera ansiedad–; esa universitaria brillante que encadena prácticas con clases y voluntariados –y aunque tiene insomnio y migrañas, no puede detenerse porque le preocupa quedarse atrás–; o esa emprendedora que trabaja 12 horas diarias porque ‘así son los inicios’ –y aunque está agotada, no sabe funcionar de otra manera–.
Por razones ajenas a su voluntad, todas son adictas al cortisol, una consecuencia del estrés crónico cada vez más extendida. Lo paradójico es que, al principio, puede disfrazarse de eficacia, compromiso y éxito; por eso muchas veces no se percibe como un problema, sino como una forma normal (y hasta admirable) de vivir. “Se trata de una adaptación disfuncional a una situación en la que nuestro cuerpo está en alerta y se prepara para luchar o huir, convirtiendo esa hipervigilancia en la nueva, mal llamada, zona de confort”, explica Laura Villanueva, psicóloga y fundadora de psicologodemadrid.org.
Síntomas de la adicción al cortisol
“Emocionalmente surge una mezcla de euforia y agobio, como si pisásemos el acelerador y el freno al mismo tiempo, con muestras de irritabilidad ante pequeños contratiempos”, expone Jon Andoni Duñabeitia, catedrático de psicología y director del Centro de Investigación Nebrija en Cognición (CINC) de la Universidad Nebrija. En estas circunstancias, la capacidad de concentración aumenta, el rendimiento mejora y “cada pico de cortisol libera también dopamina, de modo que ese cóctel de estrés acaba sabiendo a recompensa”, añade Duñabeitia. Así, “obtenemos refuerzo positivo para nuestro modelo de trabajo interno, pero también extrínseco, puesto que el entorno aplaude los logros sin tener en cuenta el precio que pagamos por ellos”, apunta Villanueva.
A corto plazo, no habría problema, pero al desarrollar tolerancia al cortisol, será precisa más presión (mayor carga de trabajo) para producir una mayor cantidad de hormona y rendir más, con consecuencias nefastas para el organismo, en primer lugar, a nivel emocional: “El sistema nervioso se mantiene en un estado de hipervigilancia o ‘modo simpático activado’, lo que aumenta la producción de cortisol y adrenalina; el cuerpo aprende a funcionar bajo estrés como si fuera su estado natural, por eso al intentar parar, aparece ansiedad, intranquilidad, inquietud o incluso culpa. Esta especie de adicción química al rendimiento sostiene el ciclo de hiperexigencia: cuanto más hago, más me valido, pero también más me desgasto y estoy cada vez más agotada mentalmente y alejada de mi yo esencial”, afirma Lourdes Ramón, psicóloga y orientadora de Clínica Palasiet (Benicàssim).
Esta especie de adicción química al rendimiento sostiene el ciclo de hiperexigencia: cuanto más hago, más me valido, pero también más me desgasto y estoy cada vez más agotada mentalmente y alejada de mi yo esencial”.
Lourdes Ramón, psicóloga y orientadora de Clínica Palasiet (Benicàssim)
Y aún hay más. A nivel físico, “cuando el cortisol atraviesa nuestro cuerpo, deja sus restos por todos lados. En la piel, hace que se reseque la barrera, aumente la pérdida de agua y que las arrugas aumenten su ritmo de aparición y crecimiento. En el metabolismo, nos empuja a abrir la caja de galletas con chocolate y da la orden al cuerpo de almacenar la energía sobrante en la cintura, como grasa abdominal, generando la temida ‘barriga cortisol’. De noche, mantiene nuestro cerebro haciendo horas extra y fragmenta nuestro sueño, dando pie a la aparición del insomnio.
Y en lo que respecta al ciclo menstrual, los índices elevados de cortisol hacen que nuestro cuerpo reciba la orden de ‘ahora no toca ovular’, alargando o interrumpiendo el ciclo”, señala el catedrático de la Universidad Nebrija. Finalmente, puede conducir a la depresión: “El cortisol alto alimenta la ansiedad y esta nos roba sueño, lo que a su vez acelera la depresión. Y así creamos un círculo vicioso que pone en riesgo la salud mental. La ciencia lo llama alostasis: adelantamos energía hoy para hacer frente al estrés crónico, pero los intereses emocionales que pagaremos mañana serán altísimos”, apunta.
El origen de la adicción
En opinión de Villanueva, existe una cuestión de género que entronca con la ‘carga mental’ femenina: “La incorporación de la mujer al mercado laboral sin abandonar las labores del hogar y de crianza que ya veníamos asumiendo ha sumado tareas y responsabilidades a nuestra lista de cosas pendientes que, sin duda, requieren más recursos. El cortisol nos ayuda, como decía anteriormente, a resultar más productivas y a cumplir las expectativas que la sociedad tiene sobre nosotras”. Una necesidad de ‘hacer más, rendir más’ reforzada por la cultura del esfuerzo que inculcaron a baby boomers y millennials, por las redes sociales, así como por creencias inconscientes profundamente arraigadas relacionadas con no ser suficiente y tener que demostrar para merecer amor, pertenencia o seguridad: “Esto se manifiesta a través de patrones como el perfeccionismo excesivo, la autoexigencia, el bucle de la hiperproductividad sin pausa y, en casos más extremos, la dificultad para descansar sin culpa”, indica Lourdes Ramón. En el corazón de esta creencia suelen habitar heridas tempranas no integradas, especialmente las de abandono o rechazo. No obstante, la fundadora de psicologodemadrid.org destaca que “la adicción al cortisol, como cualquier otra, tiene que ver con la manera en la que me relaciono conmigo misma, con el otro y el mundo en general. Por lo tanto, debemos asumir una parte de responsabilidad en los tres niveles”.
Tratamiento de la adicción al cortisol
Y como cualquier otra adicción, se puede tratar y superar. “Desde la psicología, sabemos que el sistema nervioso puede reaprender a estar en calma, pero este ‘reentrenamiento’ no siempre se logra solo desde la mente: el cuerpo también necesita participar activamente con métodos que ‘reeducan’ el cuerpo sin volver de hábitos. Aquí es donde el wellness actúa como puente terapéutico. Tratamientos como masajes profundos, reflexología o drenaje linfático envían al sistema nervioso un mensaje claro: ‘Ya no hay peligro’.