Rush Limbaugh, el legendario locutor conservador, solía contar una anécdota sobre la investidura de Bill Clinton como presidente en 1992. Entre los fastos, el carismático y faldero saxofonista de Arkansas se regaló un espectáculo militar con sobrevuelo de cazas militares en el cielo … de Washington. Allí estaba invitado Ron Silver, actor y demócrata de toda la vida, que se quedó horrorizado por la idea, después de doce años de presidentes republicanos. Pero cambió rápido de opinión. «Oye, esos aviones ahora son nuestros», pensó.
Algo así está ocurriendo en el segundo mandato de Donald Trump con la ‘cultura de la cancelación’, con más fuerza que nunca en la resaca del asesinato de Charlie Kirk, un referente conservador. Durante años, los conservadores enarbolaron la bandera de la libertad de expresión -un derecho fundamental en EE.UU., con mucha más protección que en otras democracias- contra la dictadura ‘woke’.
El dominio en las élites académicas, políticas, mediáticas y empresariales de la ideología izquierdista pasó a convertirse en una vigilancia y persecución de opiniones contrarias. Sobre todo, tras el verano caliente del asesinato de George Floyd -una de las víctimas de los abusos policiales contra la minoría negra- con las tensiones raciales y después, todavía con más virulencia, con la agenda LGTBI. No ser un ‘aliado’ de las causas identitarias de la izquierda podía suponer desde el ostracismo social a perder el trabajo. Los conservadores protestaban por el arrinconamiento del discurso contrario, por la limitación de la libertad de expresión en algunos ámbitos -desde la moderación en redes sociales a la programación cultural y universitaria-, por la cancelación del rival.
La contestación a esa dictadura ‘woke’ fue una entre las muchas causas por las que Donald Trump recuperó las llaves de la Casa Blanca el año pasado. El multimillonario neoyorquino prometió en campaña devolver la libertad de expresión, acabar con la censura gubernamental. La reacción al asesinato de Kirk, un ídolo para muchos conservadores y él mismo un adalid de la libertad de expresión, ha provocado el efecto contrario: una nueva cancelación. «Esos aviones ahora son nuestros», han debido de pensar algunos.
La reacción celebratoria y macabra por parte de algunos al asesinato de Kirk llevó a algunos pesos pesados del Gobierno de Trump a exigir represalias. El vicepresidente, J. D. Vance, pidió a los conservadores que, si veían esa actitud en su entorno, lo denunciaran ante sus empleadores. El secretario de Defensa, Pete Hegseth, anunció la persecución de los militares que hayan vertido opiniones ofensivas contra Kirk. La fiscal general, Pam Bondi, dijo que se perseguiría penalmente el «discurso de odio» (luego dio marcha atrás, es algo que no permite la Constitución).
En los últimos días, más de cien personas, según un análisis de ‘USA Today’, se han enfrentado a represalias -despidos, investigaciones, cancelaciones- por haber proferido comentarios negativos sobre Kirk. Entre ellos hay profesores, policías, periodistas o funcionarios. El que se ha llevado la mayoría de titulares es Jimmy Kimmel, un popular presentador de ‘late night’ televisivo, que fue retirado de la parrilla por un comentario en su programa del pasado lunes. En realidad, Kimmel no fue ofensivo con Kirk, sino con sus seguidores. Lo que hizo fue cuestionar -contra las evidencias- la motivación política del sospechoso del asesinato, lo comparó con los trumpistas y les acusó de anotarse tantos políticos con el crimen.
‘Cultura de la consecuencia’
Algunos aliados de Trump han negado que esto sea ‘cultura de la cancelación’, sino ‘cultura de la consecuencia’. Si haces algo reprochable -por tu jefe, tu empleador, tu público-, es normal que sufras un impacto. Es, en realidad, lo mismo que han defendido muchos izquierdistas ‘woke’ durante años. Cada vez más intelectuales -también en sectores conservadores, como James Lindsay– llevan meses hablando de la emergencia de una ‘derecha woke’. Según Jonathan Rauch, del Brookings Institute, la «extrema derecha ha adoptado reclamaciones y estrategias similares a la de la extrema izquierda».
El caso de Kimmel es más complicado porque ha habido una intervención directa de la Administración Trump en su cancelación. El presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, en sus siglas en inglés), Brendan Carr, presionó a la cadena de Kimmel para que retirara el programa, lo que acabó por ocurrir. Poco después, el propio Trump dejó claro que no es una situación puntual ni circunscrita a las reacciones sobre la muerte de Kirk: amenazó con quitar las licencias a las cadenas que sean críticas con el presidente.
Protesta en Anaheim contra la cancelación del programa de Jimmy Kimmel
Esa intervención gubernamental dentro de una tendencia de cancelación contra la libertad de expresión ha provocado, como se esperaba, la condena de los demócratas. Aunque muchos de ellos son los mismos que la alentaban hace poco e incluso que pedían que la FCC tuviera más poder de control sobre las televisiones. Pero lo relevante es que también ha provocado la incomodidad de figuras centrales de la derecha.
Es el caso de Ben Shapiro, un autor de pódcast conservador muy popular, que criticó las amenazas de la FCC. «Algún día ese pie estará en otro zapato», dijo, y se preguntó qué pensaría la derecha si un futuro presidente demócrata sacara de la parrilla a estrellas de Fox News -la cadena más popular entre los republicanos- como Sean Hannity. De nuevo, aquellos aviones militares.
También ha sido crítico Tucker Carlson, quien ha asegurado que ideas que ahora fomenta el entorno trumpista, como aquella de perseguir el «discurso de odio», deben ser respondidas con «desobediencia civil».
Pero los más radicales en el trumpismo parecen haber pasado página con su compromiso con la libertad de expresión. Steve Bannon, el que fuera estratega jefe de Trump en su primer mandato, ha reconocido a ‘The New York Times’ que las tácticas de la derecha ahora son similares a las que antes criticaban a la izquierda. Pero que el momento lo justifica. «Esto es un punto de inflexión. Nuestro objetivo es ganar, no unir». Quien ostenta su cargo ahora en la Casa Blanca, Stephen Miller, ha dicho algo similar: no es el momento de una interpretación absolutista de la libertad de expresión, lo importante ahora es «salvar la Civilización Occidental».