La fuerza política de Giorgia Meloni se medirá en las elecciones de siete regiones, entre las 20 de Italia, que comenzaron este domingo y siguen este lunes en las Marcas y en Valle d’Aosta. Posteriormente, hasta noviembre, se abrirán las urnas en Toscana, Véneto, … Campania, Apulia y Calabria. En total, más de 17 millones de electores están llamados a las urnas para elegir a sus presidentes y parlamentos regionales. El resultado será un termómetro del consenso de la líder de Hermanos de Italia, cuyo Ejecutivo, tres años después de su victoria del 25 de septiembre de 2022, es ya el tercero más longevo de la República, tras superar al socialista Bettino Craxi y solo por detrás del IV y el II de Silvio Berlusconi.
La campaña de este maratón electoral se inició hace meses. Y tendrá su continuidad en el referéndum sobre la reforma de la Justicia en la primavera próxima. «Italia se dirigirá entonces hacia el final de la legislatura, con una clase política empeñada prevalentemente en hacer propaganda, más que en resolver problemas», lamenta el director del ‘Corriere della Sera’, Luciano Fontana.
El duelo más simbólico se juega en las Marcas, región que el centroderecha conquistó tras 27 años de gobiernos de centroizquierda. Aunque solo tienen derecho a voto 1,3 millones de personas, la región está considerada el «Ohio de Italia» por su relevancia en el equilibrio político que trasciende el nivel local. El presidente saliente, Francesco Acquaroli, estrecho aliado de Meloni, busca la reelección frente al alcalde de Pesaro, Matteo Ricci, del Partido Democrático (PD); un político de relieve nacional, candidato del centroizquierda.
El Gobierno de Meloni ha volcado todo su peso en la región, prometiendo la aceleración de proyectos de infraestructuras y los 11.000 millones de la reconstrucción tras el terremoto de 2016. La izquierda ha focalizado su campaña en la sanidad pública regional y, más que en temas locales, en los generales, con Gaza a la cabeza, que se está convirtiendo en un factor esencial en esta campaña electoral. Las últimas encuestas indican que el favorito, con ligera ventaja, es el ‘meloniano’ Acquaroli.
Una oposición débil
El contexto general juega a favor de la primera ministra. Como subraya Aldo Cazzullo, prestigioso analista del ‘Corriere della Sera’, Meloni «tiene el país en la mano» porque enfrente no se perfila una alternativa seria. La oposición se muestra dividida: el Partido Democrático de Elly Schlein sufre tensiones internas con sus sectores reformistas, incómodos con el giro más a la izquierda de la secretaria, mientras Giuseppe Conte y el Movimiento 5 Estrellas han perdido la capacidad de arrastrar mayorías. «No creo que el centroizquierda tenga muchas posibilidades de ganar las elecciones generales de la primavera de 2027: está demasiado desunido, sin un líder reconocido, sin un proyecto político claro y con una agenda muy alejada de las necesidades de la gente, especialmente de las clases trabajadoras», escribe Aldo Cazzullo. En su opinión, la líder de Hermanos de Italia peca de victimismo: «Meloni no necesitaría un enemigo al día, ni ese victimismo perenne, ni la ferocidad con sus adversarios, sino generosidad en la victoria».
Las encuestas publicadas indican que el centroderecha ganará en las Marcas, Véneto y Calabria. El centroizquierda conservaría sus tres feudos tradicionales: Toscana, Campania y Apulia. Este empate técnico –tres regiones para cada bloque– favorecería paradójicamente a la primera ministra: confirmaría que no hay una ola de cambio, sino un equilibrio estable que consolida el ‘statu quo’.
Tres años que parecen diez: un récord en la efímera política italiana
Se cumplen ahora tres años de la victoria de Meloni en las elecciones generales, un aniversario que la primera ministra ha resumido con ironía: «Tres años que parecen diez». Meloni usó a mediados de julio otra metáfora eficaz que resume la percepción de la fatiga de su mandato: «Cada día para mí es un lanzamiento en paracaídas». Un salto constante en la tormenta política. La estabilidad de su Gobierno se sustenta en tres pilares. El primero es una mayoría cohesionada. A pesar de las tensiones entre socios, la coalición de centroderecha ha mantenido una unidad operativa inédita en las últimas décadas. El segundo es la oposición fragmentada. El centroizquierda no puede construir una alternativa creíble. El tercero es el liderazgo claro: Meloni ha centralizado el poder y se ha erigido como la única líder nacional con un proyecto claro.
A nivel nacional, la división en el centroizquierda es el mejor aliado de Meloni. Lo reconoce incluso la oposición. El ex primer ministro y excomisario europeo Paolo Gentiloni, del Partido Democrático, lanzó un jarro de agua fría a las esperanzas de la izquierda: «Si no tienes credibilidad para poder ser una alternativa, el riesgo es que el actual Ejecutivo dure mucho tiempo». «No estamos aún preparados, como centroizquierda, para ser una verdadera alternativa de gobierno», concluyó Gentiloni. El contraste entre la fragilidad de la oposición y la solidez del bloque gubernamental ha sido una constante en estos tres años. Meloni ha logrado mantener unidos a sus socios –la Liga de Matteo Salvini y Forza Italia de Antonio Tajani– pese a diferencias notorias, sobre todo en política exterior.
El Gobierno se ha movido con cautela en los temas económicos, con récord de empleo –ha creado un millón de puestos de trabajo–, manteniendo la confianza de los mercados pese a un déficit público y un crecimiento anémico del PIB (+0,6% en 2025, según previsiones oficiales). En cambio, la inmigración y la seguridad se han convertido en sus banderas más reconocibles, según indican las encuestas.
Fuera de Italia, Meloni es observada como una líder singular, elogiada en general por prestigiosos medios internacionales. ‘Il Sole 24 Ore’, en su balance de estos tres años, concluye que la primera ministra italiana es percibida en el extranjero como «la mujer fuerte de Europa» y su estilo representa «un nuevo conservadurismo difícil de encasillar», alejado tanto de los excesos de Donald Trump como de los de Viktor Orbán o Marine Le Pen. El pragmatismo conservador de Giorgia Meloni ha traído la estabilidad, que era un bien escaso en la política italiana.