“¡Macron, dimisión!” fue el grito unánime de las protestas callejeras del 10 de septiembre. El 64% de los franceses apoyan la renuncia del presidente y sólo el 15% mantienen su confianza en él. Más de 100 diputados han respaldado esta semana la moción de destitución del presidente de la República, impulsada por La Francia Insumisa. Y, ante el silencio con el que el inquilino del Elíseo ha respondido a la grave crisis política, resuenan las voces pidiéndole una salida honrada al estilo De Gaulle, cuando presentó su dimisión en 1969 tras perder un referéndum sobre las regiones de Francia.
El nombramiento del macronista Sébastien Lecornu como tercer primer ministro en un año no ha servido para aplacar la crispación nacional, sino más bien al contrario. La huelga general convocada por los sindicatos para el 18 de septiembre amenaza con aumentar aún más la tensión política, y Emmanuel Macron tendrá que dar tarde o temprano la cara ante sus cabreados compatriotas.
“Macron tiene la obligación de explicar cómo va a solucionar la situación y qué planes tiene para los 19 meses que le quedan”, declaró Xavier Bertrand, destacado miembro de Los Republicanos, que sonó fuertemente en las quinielas para primer ministro. “El presidente tiene que manifestar que está dispuesto a cambiar radicalmente nuestra política”.
“Macron no ha comprendido el buen funcionamiento de nuestro sistema democrático”, alega por su parte el ex primer ministro Dominique Villepin, ahora al frente de su nuevo partido, La Francia Humanista. “Tiene que mostrar menos arrogancia y más disposición a escuchar al pueblo francés”.
Villepin, con su mirada puesta en las presidenciales de 2027, ha criticado duramente el nombramiento del leal Sébastien Lecornu, de 39 años, fugado a las filas del macronismo desde Los Republicanos y presente en sus cinco últimos gobiernos: “No podemos seguir con el juego de los muchachos que entretienen al presidente con un vaso de whisky en la mano. [Lecornu] no puede convertirse en el gentil perrito faldero del señor presidente”.
Hasta Nicolas Sarkozy, pendiente de la sentencia a finales de septiembre sobre la financiación libia de su campaña presidencial, ha roto aparentemente filas con Macron, a quien acusa de “querer meter el pie derecho en el zapato izquierdo y viceversa”. Su respuesta a la última crisis obedece, en su opinión, a “la natural inclinación a ganar tiempo” de Macron y a su tendencia a “pedir opinión antes de hacer sistemáticamente lo contrario”.
Lecornu prometió en su toma de posesión una “ruptura” y un “cambio de fondo” con respecto a su predecesor, François Bayrou. De hecho, su ronda de conservaciones con los partidos y con los sindicatos se extendió más de la cuenta y retrasó considerablemente la formación de su nuevo Gobierno.
El ministro del Interior, Bruno Retailleau, el mejor valorado por los franceses, se ha convertido en la pieza clave de las negociaciones, en calidad de líder de Los Republicanos. Retailleau ya se quitó el guante ante el presidente en el arranque del verano, cuando dijo: “El macronismo acabará con Emmanuel Macron, sencillamente porque no es un movimiento político ni una ideología, sino que se basa esencialmente en un hombre“.
El mismo hombre que proyecta en el exterior su imagen estadista y que abandera la respuesta europea ante la guerra de Ucrania y el reconocimiento del Estado de Palestina en la ONU, es ahora mismo a los ojos de los franceses “el presidente derrotado”, como proclamó esta misma semana Boris Vallaud, al frente del Partido Socialista en la Asamblea Nacional.
“El generador de la actual crisis política ha sido, de hecho, Emmanuel Macron, con su decisión de convocar elecciones anticipadas [en julio de 2024] y con los resultados caóticos que estamos viendo”, advierte Jean-Éric Schoetti, ex secretario general del Consejo Constitucional, que propone como salida política la convocatoria de elecciones presidenciales anticipadas en 2026.
Para el comentarista político Alain Duhamel, autor de Emmanuel, el atrevido, el problema de fondo va más allá del propio Macron: “Estamos en una situación comparable a la de 1958 [con el colapso de la Cuarta República], cuando la inestabilidad gubernamental se convirtió en una caricatura. Vivimos al mismo tiempo una crisis del régimen y una crisis de la sociedad”.
En declaraciones a Le Monde, Duhamel culpa tanto de la situación a Macron (por su “incomprensible decisión” de disolver la Asamblea Nacional en 2024) como a las fuerzas políticas de la oposición, “que no parecen ser conscientes de la gravedad de la situación económica”, y, en última instancia, al pueblo francés, “que sabe que la situación es difícil, pero renuncia a querer ver la consecuencias, como si pudiéramos escapar eternamente de las decisiones desagradables -pero salvadoras- que han aplicado en países como España, Portugal o Italia”.