Actualizado Sábado,
20
septiembre
2025
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00:03
La soledad de Nicolás Maduro, tanto externa como interna, es tan descarnada que su Cancillería emitió un comunicado cargado de emoción revolucionaria después de que el Gobierno cubano llamara a la comunidad internacional a movilizarse contra el uso de la fuerza militar de Estados Unidos en el mar Caribe. “Este accionar, que ataca embarcaciones civiles [lo que en un principio aseguraron eran fakes creados por inteligencia artificial] y resulta en el asesinato de sus tripulantes, busca provocar un conflicto militar contra Venezuela, poniendo en grave riesgo la vida y la paz de toda la región caribeña”, enfatizó el régimen chavista.
Muy poco queda de la altanería de quienes, durante dos décadas, ejercieron la diplomacia como si de un matón de barrio se tratara. En las últimas horas, el chavismo buscó consuelo en Moscú, su gran aliado global, trascendental para impedir que el éxito del desafío de 2019, encabezado por el presidente encargado Juan Guaidó, la primera Administración de Donald Trump y el Grupo de Lima. La propaganda sobre el enésimo tratado de asociación entre Venezuela y Rusia se perdió en pocos minutos en el fragor de los juegos de guerra que se desarrollan en el Caribe.
“Eso fue una operación de relaciones públicas, puramente simbólico. Es como la fábrica de fusiles Kalashnikov, inaugurada cuatro veces. Rusia no tiene material bélico para enviar, ni contundente ni a tiempo, que dañe a las tropas estadounidenses. Ni siquiera tienen sistemas antiaéreos porque están cubriendo sus refinarías de los ataques ucranianos. Y mucho menos van a desplazar tropas ni van a extender la sombrilla nuclear. No hay que olvidar el antecedente del pacto previo con Irán, cuando en medio de la guerra con Israel Putin aseguró que no aplicaba”, explica a EL MUNDO el historiador Armando Chaguaceda, uno de los principales expertos continentales en revoluciones.
“La experiencia siria es ilustrativa: durante años Rusia sostuvo a [Bashar] Asad en el poder, pero ni estabilizó la economía ni evitó que el régimen colapsara en diciembre de 2024, con su posterior exilio en Moscú. Ese es, en el mejor de los casos, el techo de lo que Rusia puede ofrecer en Venezuela”, añade rotundo el internacionalista César Báez.
Con China, tantas veces evocada, la situación es aún peor. “Pekín condiciona su apoyo a cambios que aseguren el pago de la deuda acumulada. El chavismo es un mal cliente y una inversión de alto riesgo. Aun así, no quieren que Estados Unidos gane terreno, con o sin Maduro. Se anunció recientemente una inversión petrolera relevante, la primera de peso en años, y China mantiene presencia en telecomunicaciones y en infraestructura de vigilancia. No es una relación cerrada. En América Latina, su prioridad es la previsibilidad de los negocios, no la afinidad política”, sentencia Báez.
Las cosas han cambiado, tanto dentro como fuera de Venezuela. Maduro, que nunca gozó del favor popular, es detestado hoy por la gran mayoría del pueblo criollo. La encuesta maquillada de la agencia Hinterlaces, presidida por uno de sus asesores, es tan fantasiosa como los vuelos de Superbigote en los cómics de Maduro. En ese sondeo se asegura que el 93% rechaza las amenazas de Washington a Maduro.
En cambio, el estudio de la consultora Datos es Noticia, al que accedió el diario colombiano El Tiempo, constata que la esperanza reina entre el 64,2% de los venezolanos y que el 43,9% saldría a la calle para apoyar una acción militar “para sacar a Maduro del poder”.
Estos datos, conocidos por el Palacio de Miraflores, constituyen uno de sus principales dolores de cabeza en la actual crisis, pese al imperio de terror reinante en el país. Pero también lo es la falta de apoyo internacional.
“Hay un cambio claro en los respaldos internacionales del chavismo. La caída de ingresos redujo su proyección exterior y, con ella, la capacidad de financiar alianzas. En su momento, Hugo Chávez aprovechó los altos precios del petróleo para presentarse como un líder global. Maduro intentó continuar esa narrativa, pero hoy carece de credibilidad. Para muchos actores de izquierda, el costo reputacional de asociarse con el régimen supera cualquier beneficio. Gabriel Boric, el presidente chileno que representa una izquierda firme, ha sido frontal en sus críticas y denuncias. Gustavo Petro mantiene vínculos por conveniencia coyuntural, aunque sin comprometerse a pagar costos políticos por Maduro. En el Caribe, la presión de la Casa Blanca se impone. La gira de Marco Rubio a comienzos de año empujó a esos gobiernos a alinearse con EEUU pese a las ofertas de Maduro”, subraya Báez.
El miedo que atraviesa a los jerarcas revolucionarios se ha trasladado al mismo aparato de propaganda. “El régimen, que parece sentirse solo ante esta amenaza, ha mendigado un pronunciamiento más firme de la ONU y ha advertido, casi como una llamada de auxilio, sobre los peligros a los que se exponen todos los pescadores en el Caribe. Resulta llamativa la poca solidaridad demostrada, salvo la del colombiano Petro. Caben destacar también que las declaraciones protocolares de Rusia y China fueron amplificadas y exageradas por los medios oficiales venezolanos, sorprendidos también ante el silencio como respuesta a la propuesta de Maduro para una reunión de emergencia de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños [habitual artefacto de la diplomacia de Caracas]”, concluye el sociólogo Gianni Finco.