«Vais a tener unas fotos magníficas hoy. Será un hermoso evento. Todos lo esperan con entusiasmo, y nosotros simplemente vamos a relajarnos y pasar un buen rato». Con estas palabras, el presidente estadounidense Donald Trump mostró su emoción a los periodistas que lo … acompañaban en el Air Force One, mientras cruzaba el Atlántico rumbo a Londres el martes, anticipando así el tono con el que afronta su segunda visita de Estado al Reino Unido, un acontecimiento sin precedentes en la historia de las relaciones diplomáticas entre ambos países.
Este miércoles, poco antes del mediodía, empezó la agenda oficial, con el helicóptero presidencial descendiendo sobre el Walled Garden del castillo de Windsor. Los príncipes de Gales, Guillermo y Catalina, avanzaron con paso firme para recibir al matrimonio Trump. En ese instante, dos salvas de artillería resonaron de manera sincronizada: una desde el Home Park, a cargo de la King’s Troop Royal Horse Artillery, y otra desde la Torre de Londres, disparada por la Honourable Artillery Company. Era la señal inequívoca de que se ponía en marcha una jornada cuidadosamente coreografiada para mostrar la solidez de la llamada «relación especial».
Trump descendió del helicóptero con gesto satisfecho, a sabiendas del baño de pompa y boato que le esperaba a continuación, estrechó la mano del Príncipe Guillermo y se dejó guiar hacia Victoria House. Allí lo esperaban el Rey Carlos III y la Reina Camila, en una escena que siguió al pie de la letra el protocolo de las visitas de Estado.
A continuación, comenzó el tramo más vistoso de la mañana. El presidente y el monarca compartieron carruaje en una procesión a través de los terrenos de Windsor Estate. Tras ellos, en otro vehículo, viajaban la reina Camila y Melania Trump. Más de 1.300 militares británicos, entre efectivos de la Marina Real, el Ejército de Tierra y la Real Fuerza Aérea, participaron en la ceremonia, que incluyó la inspección de la guardia de honor sobre la alfombra roja del East Lawn. El despliegue superó en magnitud a anteriores recepciones oficiales, con un claro propósito de proyección internacional: ofrecer imágenes que refuercen la continuidad de una alianza política y militar de más de siete décadas, sobre todo en momentos de incertidumbre geopolítica.
El contraste entre el interior y el exterior del castillo fue, sin embargo, evidente. Mientras el rey y el presidente caminaban juntos, intercambiaban palabras e incluso reían al terminar la inspección, un grupo de manifestantes se congregaba a las puertas de Windsor con pancartas que recordaban la relación de Trump con Jeffrey Epstein, el financiero condenado por delitos sexuales. La víspera, activistas habían proyectado sobre una de las torres del castillo imágenes del presidente junto a Epstein, mientras que este miércoles grupos de simpatizantes también ondearon banderas con lemas de campaña como ‘Make America Great Again’ y portaron las características gorras rojas. La coexistencia de muestras de apoyo y rechazo reflejó la polarización que rodea a la figura de Trump, incluso a miles de kilómetros de Washington.
Seguridad reforzada
La seguridad en torno al castillo fue un «escudo de acero», debido a la gran valla colocada alrededor. Además, cientos de agentes se desplegaron en las calles de Windsor, con controles reforzados en cada acceso y dispositivos aéreos de vigilancia, que formaban parte de un operativo no visto antes en la residencia real, ni siquiera durante visitas de otros mandatarios.
El programa oficial incluyó una visita a la Green Drawing Room, donde Carlos III mostró a su invitado una selección de piezas de la Royal Collection vinculadas a la historia de Estados Unidos, como las primeras ediciones de relatos coloniales de John Smith, cartas de Jorge III sobre la «rebeldía» de las colonias en 1774 y mapas militares de la guerra de independencia. Entre los objetos más llamativos figura el ensayo manuscrito ‘America is Lost’, en el que el monarca reflexionaba en 1784 sobre la pérdida de las colonias y expresaba su confianza en que, como amigos, los estadounidenses ofrecerían más beneficios comerciales que como súbditos. «Una gente libre, laboriosa porque es libre, y rica porque es laboriosa, se convierte inmediatamente en un mercado para los productos de la Madre Patria», escribía el Rey, según la descripción facilitada por la Royal Collection Trust.
Para demostrar su buena relación y congraciarse con él, la Monarquía británica ha recibido un segundo viaje de Estado de Trump
Por la tarde, en el East Lawn, se celebró la ceremonia conocida como Beating Retreat, un despliegue musical y militar que concluyó con un sobrevuelo combinado de cazas F-35 británicos y estadounidenses junto a la patrulla acrobática de los Red Arrows. Posteriormente, en el St. George’s Hall del castillo, se ofreció el banquete de Estado. Los discursos de apertura, pronunciados por Carlos III y Donald Trump, insistieron en la fortaleza de los lazos transatlánticos, que también quedó simbolizada en el intercambio de varios presentes. Entre ellos, el estadounidense entregó al monarca una réplica de la espada de Eisenhower como símbolo de la cooperación durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que el rey le obsequió con un volumen encuadernado en cuero para conmemorar el 250 aniversario de la Declaración de Independencia, así como la bandera que ondeó en Buckingham Palace el día de la segunda investidura de Trump.
La jornada transcurrió así en calma y con gestos de amistad entre bambalinas, pero bajo una tensión constante fuera. En Londres, la coalición Stop Trump convocó una protesta en la que participaron miles de personas de organizaciones ecologistas, defensores de derechos humanos, sindicatos, colectivos feministas y organizaciones pro-Palestina. Según explicó un portavoz, «protestamos no sólo por su relación con Epstein, sino también por su negacionismo climático y por las violaciones de derechos en su política exterior».