El reconocimiento del estado palestino no es eficaz para salvar a inocentes porque a quien más sirve es a Hamás.
Hay un terrible círculo vicioso que es tan letal para los palestinos como las propias bombas, porque es como un enfermedad degenerativa que se alimenta del odio acumulado. Cada vez que Benjamin Netanyahu ordena un nuevo ataque para supuestamente castigar a los culpables provoca tanto dolor entre la población que lo único que consigue es que los civiles contemplen con mayor simpatía a los terroristas. Y la muerte de inocentes, que para Occidente es un terrible drama humanitario, acaba siendo para Hamás, cuyo único objetivo declarado es decapitar hasta el último judío, un acicate.
Hamás, teledirigida desde Irán por el islamismo más radical, controla todo lo que pasa en Gaza incluso en las actuales terribles circunstancias. Gestiona la ayuda humanitaria cuando entra, ejecuta a los disidentes y practica entre la población un adoctrinamiento eficaz, como se pudo comprobar horas después del fatídico 7 de octubre, cuando en la Franja una multitud enfervorizada celebraba en las calles la llegada de los cadáveres y los rehenes judíos recién cobrados por lo que ellos consideran no terroristas sino la resistencia. Y desde entonces nada ha cambiado, salvo la percepción cierta en Occidente de que Israel ha sobrepasado la idea que teníamos del derecho a la defensa. En estas condiciones, Hamás no solo tiene en su poder en este momento a 50 rehenes israelíes cuya liberación podría detener este conflicto. Hamás tiene como rehenes a dos millones de gazatíes cuyo sacrificio usa como moneda de cambio. Esa es la terrible realidad.
El reconocimiento de un Estado palestino en estas circunstancias no solo es un brindis al sol que para nada va a aliviar la situación de las víctimas inocentes sino que contribuye de nuevo a fortalecer a quien capitaliza estas iniciativas que es, una vez más, un grupo terrorista. Para reconocer un estado tiene que haber al otro lado un Gobierno con unas estructuras, unas instituciones, una organización, un sistema. En Palestina, y fundamentalmente en la Franja de Gaza, no hay ahora nada que no sea Hamás.
No hay instituciones de ningún tipo en las que encontrar interlocución, ni siquiera hay un territorio delimitado. En mitad del caos, todo el ideario de la causa palestina en estos momentos se resume en intentar sobrevivir manteniendo vivo el deseo de acabar con el Estado de Israel. El colmo es que ni siquiera los que tienen en sus manos reclamar ese estado tienen intención de hacerlo.
Por eso la iniciativa del Gobierno español de Pedro Sánchez de reconocer hace algunos meses ese Estado Palestino, que ahora siguen países como Reino Unido, Canadá, Australia, Portugal y Francia no es una solución, aunque políticamente pueda tener un gran rendimiento. Por ejemplo, para el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, “el Gobierno de España está en primera línea en lo que respecta a la defensa de los intereses del pueblo palestino, y esto es algo que valoramos muy positivamente”. Esa visión optimista de Guterres no es compartida, sin embargo, por otros países europeos y Estados Unidos que consideran que la ONU ha perdido el norte en este conflicto.
La cuestión que se plantea es cuál es el motivo que lleva a todos esos países a reconocer el Estado Palestino si realmente no hay resultados. La respuesta es que el reconocimiento no obedece tanto a una convicción sino al interés de muchos líderes de capitalizar políticamente el fuerte rechazo popular hacia Israel que se percibe en muchos ciudadanos en todos los rincones del mundo. El caso de Sánchez en España es paradigmático. Él se ha agarrado ahora a la causa palestina para intentar revitalizar un proyecto político interno que agoniza.
Han sido muchas las ocasiones en las que Palestina pudo tener un estado real desde que en 1948 la propia ONU estableciera un reparto con fronteras y reconocimiento que nunca se llegó a materializar porque desde el primer momento los árabes se encargaron de boicotearlo declarando la guerra a Israel. Desde entonces hubo varias oportunidades para hacerlo realidad, pero nunca cuajó porque primero el mundo árabe y ahora el fundamentalismo islámico lo han impedido.
En el contexto de este conflicto la ONU se ha convertido en un organismo poco eficaz y bastante sospechoso. Ayer mismo la vicepresidenta Yolanda Díaz afirmaba que España iba a lanzar una campaña en la Naciones Unidas a favor de los derechos humanos.
La realidad es que muchos de los países que forman parte de la ONU no suscribirían en modo alguno la Declaración Universal de los Derechos Humanos que la Asamblea General de este mismo organismo aprobó en París el 10 de diciembre de 1948, curiosamente el mismo año en el que se propuso la creación de dos Estados, uno palestino y otro israelí, que debían haber convivido pacíficamente desde entonces. Dicen que la primera víctima de cualquier guerra es la verdad y esta vez no va a ser una excepción. Occidente se ve incapaz de parar a Netanyahu, entre otras cosas porque tampoco tiene otra alternativa para detener a Hamás.