Lo único que pretende la ministra de Trabajo y vicepresidenta segunda del Gobierno con la reducción de la jornada es expropiar el beneficio empresarial.
Yolanda Díaz demostró esta semana, con motivo del debate sobre la reducción de la jornada laboral en el Congreso, que se ha quedado atrapada en la lucha de clases, pero sin saber ni dónde se desarrolla ni quién la está librando.
Ella cree que habla del conflicto intrínseco del materialismo dialéctico que definió Marx en el siglo XIX y que desapareció del debate público hace bastantes décadas sin que se haya enterado, pero por el planteamiento más parece que se trata de una reyerta entre los de Séptimo A y los de Séptimo B.
No es de extrañar que Pedro Sánchez huyera esa misma tarde al cine a ver ‘El Cautivo’, que no es ninguna biografía personal, sino la última obra de Alejandro Amenábar sobre Miguel de Cervantes, para evitar compartir en directo la derrota de una vicepresidenta que habita en universos paralelos, como su forma de conjugar denota. El gesto de Sánchez fue una forma de decir “yo no he sido, ha sido idea de ella”.
Si queda algún economista solvente en este Partido Socialista que se atreva a decirle la verdad, seguramente le advirtió de que la propuesta de Yolanda era un disparate que convenía que se diluyera en el olvido. Y tampoco es del todo descartable que hace solo algunos días Salvador Illa le pidiera a Puigdemont, en la visita que le cursó en Bruselas, que Junts votara en contra. Evidentemente ningún miembro del PSOE puede oponerse abiertamente porque Sánchez necesita que Yolanda no se sienta desautorizada, pero él era el primer interesado en no entrar en ese jardín.
Hablar de lucha de clases en pleno siglo XXI como hizo Yolanda esta semana significa reconocer que uno sigue anclado en un mundo que no existe. Los 12,5 millones de trabajadores que ella dice que iban a ser los beneficiarios de la medida podrían estar en muchos casos más cerca de lo que en el pasado se consideraba burguesía que de ese proletariado de puño en alto que se le aparece en sueños. Por la vía del capitalismo han accedido a educación, propiedades, bienestar material y además quieren que sus hijos no sean obreros.
Lo mismo que Pablo Iglesias e Irene Montero, pero sin necesidad de construir ningún discurso incoherente con su elección de vida porque no se dedican a la política y no necesitan engañar a nadie para que les vote. Como dijo Antonio Escohotado, “ni un solo cabecilla del igualitarismo ha trabajado en su vida; todos creyeron que podían vivir de revolucionarios profesionales”. Y estos no son una excepción.
De esos 12,5 millones de trabajadores de los que habla Yolanda, aproximadamente cuatro millones trabajan en grandes empresas, que de una u otra forma van incorporando modos flexibles de producción a medida que incorporan tecnología. Los 8,5 restantes están en pymes, cuyo principal reto es sobrevivir en un entorno cada vez más competitivo en la próxima década. Evidentemente quieren ganar más y trabajar menos, pero saben que eso no es gratis ni se consigue solo con desearlo. Si no hay una mejora de productividad es un autoengaño. Son conscientes de que si el factor trabajo que ellos representan no aporta más en el mismo tiempo, un recorte de jornada supone la pérdida de su empleo.
Los 3,4 millones de autónomos perciben que todo lo que disminuyan su tiempo de trabajo afecta a su bolsillo. Y solo los 2,8 millones de funcionarios pueden beneficiarse de una medida de este tipo sin mayores consecuencias, salvo el cabreo del resto. La realidad es que Yolanda no habla para nadie. Lo único que pretende es expropiar el beneficio empresarial, porque cree que el empresario es una figura prescindible. El problema es que quienes lo intentaron antes de ella durante 80 años y lo lograron nos demostraron que el resultado era la miseria colectiva.
El día que dirigentes de Sumar, y de los partidos que apoyan la idea de Yolanda, creen empresas con su dinero (que no dependan de contratos autoadjudicados desde la Administración Pública) será el momento de apoyar la reducción de jornada que formulen, porque querrá decir que la propuesta está hecha desde la responsabilidad.