Hay debates educativos que han quedado atrapados en la corrección política. Hablar de limitar los móviles en el aula suena bien; decir que quizá también tendríamos que repensar el uso que hacen los profesores, ya incomoda más. Pero si queremos cambiar el sistema, hay que revisarlo todo. ¿Los alumnos han hecho un abuso de pantallas? Seguro. Pero muchos profesores también. El aula se ha convertido, muy a menudo, en un espacio donde el conocimiento se proyecta, se enlaza o se emite… pero ya no se explica. PowerPoints reciclados durante décadas, vídeos que llenan horas de clase, exámenes tipo test autoevaluables, actividades online que hacen los alumnos en el aula sin intervención del profesor. La tecnología ha simplificado tanto el oficio que, en algunos casos, lo ha diluido. ¿Y si lo dijéramos claro? El profesor no puede ser un proyector humano. La experiencia de aprender necesita presencia, contacto, relato y empatía. Explicar una lección, construir una idea desde cero, resolver un problema a mano, equivocarse, corregirlo. El conocimiento vivo no está en un vídeo de YouTube, sino en la mirada de un docente que domina la materia y se apasiona.
Un alumno recibe clases con una tableta
No se trata de rechazar la tecnología, sino de otorgarle el lugar que le corresponde: fuera del aula, como refuerzo, como recurso, como herramienta para extender el aprendizaje más allá de la escuela. Una presentación bien hecha, un reels didáctico o una videollamada pueden ser útiles. Pero tenemos el lujo de tener un profesor durante 50 minutos, que nos explique, que nos sorprenda, que nos interpele. No que ponga un vídeo. La pantalla no puede ser el nuevo pupitre. Ni el profesor un gestor de contenidos. Cuando la enseñanza se reduce a estructuras estándar, el alumno deja de aprender a pensar. Por eso hay que volver al examen redactado, al debate, a la construcción argumentativa. No se trata de nostalgia, sino de criterio.
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El profesor no puede ser un proyector humano. La experiencia de aprender necesita presencia, contacto, relato y empatía
¿Los alumnos no saben hacer presentaciones? Quizá porque hace años que nadie les hace una de verdad. ¿No saben desarrollar ideas complejas? Quizá porque los maestros han dejado de hacerlo. Cuando todo es editable, nada es profundo. Y eso es un problema de contexto: nos hemos acostumbrado a delegar la educación en herramientas y plataformas que tenían que ser complementarias, no centrales. La IA puede ayudar, pero solo si entiendes lo que estás preguntando y comprendes la respuesta. Es más rápido corregir un test que una redacción. Más fácil mostrar un vídeo que explicar. Pero si reducimos el esfuerzo, también lo hace el aprendizaje. Y eso es válido tanto para alumnos como por profesores.
Barcelona quiere ser referente tecnológico, y lo puede ser. Pero eso exige una educación exigente, con profesores que lean la prensa, que tengan experiencias profesionales fuera de las aulas, que transmitan experiencias más allá de los manuales. Porque la educación no es solo contenido. Es ejemplo, es entusiasmo, es conexión humana y empatía. Y eso, ningún dispositivo lo puede replicar. Los alumnos abusan de pantallas. Y los profesores, también.