En uno de sus discursos recientes, Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal de EE.UU., describió un fenómeno curioso: la demanda laboral se enfría, pero el desempleo no aumenta. A simple vista, podría parecer una buena noticia. Sin embargo, el diagnóstico esconde … una realidad inquietante: la caída histórica de la inmigración está alterando los equilibrios del mercado laboral estadounidense, y las consecuencias sociales podrían ser profundas y duraderas.
Según el American Enterprise Institute (AEI), la inmigración neta en 2025 podría situarse entre -525.000 y 115.000 personas, lo que supondría una contracción sin precedentes. Esta caída responde a una combinación de reducción brusca de entradas y salidas forzosas o voluntarias en aumento, fruto de una política migratoria mucho más restrictiva. Este descenso tiene un efecto inmediato: evita que el desempleo suba, incluso cuando la creación de empleo se ralentiza.
El problema es que esta situación puede no ser sostenible. Con los ‘baby boomers’ jubilándose y una tasa de natalidad en mínimos históricos, el crecimiento poblacional depende casi exclusivamente de los inmigrantes. La Oficina de Presupuesto del Congreso prevé que, sin una inmigración neta positiva, las muertes superarán a los nacimientos antes de 2033. Una población menguante presiona las finanzas públicas, reduce el dinamismo económico y erosiona la base fiscal del Estado. Los sectores más expuestos a la escasez de mano de obra extranjera ya están sintiendo el impacto. En jardinería, construcción y empleo doméstico, los trabajadores no ciudadanos representan entre el 24% y el 33% de la fuerza laboral. El Departamento de Agricultura calcula que el 42% de los trabajadores del campo carecen de autorización legal para trabajar.
El impacto macroeconómico se extiende también al crecimiento del PIB. Según el AEI, la caída de la inmigración restará entre 0,3 y 0,4 puntos porcentuales al crecimiento económico en 2025. A más largo plazo, si se prolongan las restricciones migratorias, el PIB en 2034 sería un 1,2% más bajo que si se mantuvieran flujos migratorios tradicionales. Además, el informe alerta de posibles efectos colaterales duraderos: pérdida de competitividad global, menor inversión productiva y un ecosistema innovador debilitado.
El discurso antimigratorio puede rendir frutos políticos a corto plazo, pero hipotecará el crecimiento del país en el largo plazo. Ignorar la función estructural de la inmigración en la economía moderna es un lujo que Estados Unidos, simplemente, no puede permitirse. El profundo cambio que Trump está operando en el mercado laboral puede conducir a una mayor tensión intergeneracional, fragmentación regional entre estados que dependen de la inmigración para crecer, una revisión de la narrativa antiinmigratoria, y un empobrecimiento del entorno innovador. jmuller@abc.es