Lo sabemos: cada vez que un inmigrante musulmán cometa un delito, Vox inundará las redes sociales para echarle la culpa a Pedro Sánchez, a Open Arms, al bipartidismo y a “todos los que hacen política y negocio con la invasión islamista”. Lo de Vox con el islam es una obsesión enfermiza. Con tal de denigrar a los países de cultura musulmana, son capaces de fingirse feministas y hasta gay-friendly. ¡En esos países se reprime a las mujeres y a los homosexuales!, proclaman, escandalizados.
Cualquier argumento que sirva para denigrar a los inmigrantes les vale: a eso se le llama coger el rábano por las hojas. ¿Luchadores Abascal, Garriga y Buxadé en pro de los derechos de mujeres y homosexuales? ¿Feminista el partido que hace unos días organizó en una de las salas del Congreso unos coloquios dedicados a negar la violencia machista y alimentar la patraña de que abundan las falsas denuncias de malos tratos a las mujeres? ¿Gay-friendly los señores de Vox, que en esos coloquios se divirtieron de lo lindo contando chistes de bujarrones y tortilleras, jiji, jaja?
Concentración de Vox en Madrid frente a un centro de menores contra la inmigración
Si hay en la política española un espacio político en el que el machismo y la homofobia encuentran su cobijo natural, ese es la ultraderecha de Vox. Pero, por encima de todo, la ultraderecha es xenófoba, y, llegado el caso, a esa xenofobia queda supeditado todo lo demás. ¿Que la homofobia ofrece argumentos para atacar a los países musulmanes? ¡Pues adelante con la homofobia! ¡Condenemos la homofobia de esos países, que es una manera más de condenar la inmigración!
Si de verdad a los señores de Vox les preocupara la persecución de los homosexuales, lo lógico sería que estuvieran dispuestos a acoger a los homosexuales que huyen de la represión en su país de origen, ¿no? Pues no. No está documentado que Vox haya abierto jamás los brazos por alguien así: a la hora de la verdad, los inmigrantes son todos la misma escoria.
Vox abjura del antisemitismo y justifica como antiterrorismo el genocidio de la población de Gaza
A Vox (del mismo modo que a Aliança Catalana, la ultraderecha de aquí) lo único que le importa es imponer sus delirios xenófobos, convirtiendo la palabra inmigrante en sinónimo de criminal. Su modus operandi consiste en dar toda la publicidad del mundo a los delitos cometidos por gente venida de fuera y, eventualmente, atribuirles también algunos de los no cometidos. ¿Pero no eran estos los que habían venido a quitarnos nuestros puestos de trabajo? Como han acabado desempeñando los empleos que los españoles no queremos, resulta más sencillo acusarles de robar, ocupar nuestras viviendas, violar a nuestras mujeres, etcétera.
Para darle más verosimilitud, hay quien va diciendo por ahí que algunos países (por ejemplo, Marruecos) están vaciando sus cárceles a base de enviarnos a los presidiarios. Se trata, por supuesto, de un enorme embuste, pero, por increíble que parezca, hay gente dispuesta a tragárselo. Embustes no muy distintos fueron los que facilitaron las victorias del Brexit y Donald Trump y el ascenso de la ultraderecha europea, que precisamente pueden significar el principio del fin de los viejos valores de la civilización occidental.
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El último diputado ultra antes de la irrupción de Vox fue Blas Piñar. Desde la desaparición de Fuerza Nueva en 1982 han tenido que pasar casi cuatro décadas para que, en el 2019, la extrema derecha volviera a estar presente en la política española, y las últimas encuestas le son muy favorables, pese a que no parece ser un partido con vocación de gobierno (¿explicarán algún día por qué, sin razón aparente, abandonaron los cinco gobiernos autonómicos que compartían con el PP y pasaron a la oposición?).
Está claro que en estas casi cuatro décadas la ultraderecha ha experimentado muchas mutaciones y guarda pocas semejanzas con aquella formación, nostálgica del franquismo. Siguiendo el ejemplo de Marine Le Pen, que ha borrado todo rastro de antisemitismo del partido fundado por su padre, ilustre negacionista del Holocausto, también Vox ha abjurado del tradicional antisemitismo de la ultraderecha, se ha convertido en un ferviente defensor del Estado de Israel y, coherente con su odio a todo lo árabe, justifica como antiterrorismo el genocidio de la población de Gaza. ¿Qué pensaría de estos sucesores suyos Franco, que hace cincuenta años, poco antes de morir, todavía clamaba contra una supuesta “conspiración judeo-masónica-izquierdista”?