Da nueces a los niños. Da nuces pueris. Es el título, en latín, que eligió Gabriel Ferrater para su poemario de 1960 (aunque no circuló hasta 1961). Él mismo dejó claro que tomó un verso latino de Catulo y que pretendía que en sus poemas hubiera una suerte de exploración de la felicidad. Repartir nueces a los niños se supone que les proporciona un breve instante de satisfacción y gozo, una de esas pequeñas alegrías que al final redimen y hasta justifican la vida. Además, la nuez tiene en el mundo romano significados próximos a los juegos de la infancia.
El verso de Catulo, de hecho, aparece en el Carmen LXI y en un contexto claramente nupcial. Es un epitalamio en honor de los esponsales de una pareja amiga, Julia y Manlio. Es más, es un exhorto, que luego repetirá Virgilio, para repartir nueces a los asistentes a una boda romana. Un paréntesis sobre esto… Al margen de ritos como el peinado de la novia o que ella no pisase el umbral de la nueva casa, lo que nos ha llegado con más claridad –seguimos siendo romanos– es la fórmula de aceptación de la novia: “ Ubi tu Gaius, ego Gaia”. O lo que es lo mismo, “donde a ti te llamen Cayo a mí me llamarán Caya”. Es decir, acepto tu nombre y tomo tu, diríamos hoy, apellido, cuando ya no es costumbre común entre nosotros. De ahí viene tocayo, claro, de ese “tu Gaius”. Pero volvamos a las nueces…
Hay muchas dudas sobre qué papel tenían las nueces en el desfile nupcial romano. Tal vez se arrojaban –es de suponer que no como proyectiles– como todavía se lanza arroz en muchas bodas de hoy. Y la tesis más común entre los eruditos es que la nuez simboliza la infancia y sus juegos. Y que su presencia en los rituales nupciales alude a que la infancia queda definitivamente atrás. Los que se disputan las nueces y se abalanzan sobre ellas son esos niños que asisten a la boda y que los adultos nunca más seremos. Hasta la algarabía y el ruido de las nueces tendría su sentido.
Hemos llamado inteligencia artificial a bases de datos a las que damos una cualidad humana
A los romanos les gustaba que se supiese de sus celebraciones y así también atraían la mirada de los dioses. Más o menos como en algunos lugares y en la actualidad las bodas incluyen petardos y fuegos artificiales. En fin, no les canso más explicándoles lo muy antiguos que somos los modernos.
Lo que sí me gustaría, ahora que comienza la época de las nueces, es que entiendan que el fruto del otoño es también un símbolo de nuestra existencia. Cáscara dura y cuerpo blando. El fruto parece un cerebro humano con sus circunvoluciones y todo. Y con media nuez rota se puede jugar a ser navegante en acequias y arroyos.
Hay una conexión rara con las nueces, sí. Y su árbol, el nogal, es uno de los árboles mágicos y venerables, también desde antiguo. En la Polinesia –son otras nueces, pero también son nueces– se cree que si encuentras la nuez que te representa debes conservarla siempre contigo y procurar que no se abra. Uno llega a imaginar que, en la hora de la muerte, esa nuez largamente acariciada reproducirá el mapa de nuestro cerebro.
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Pues bien, nuestras madres nos advertían que no aceptásemos caramelos ni dulces de desconocidos. Y, sin embargo, hoy vivimos asumiendo resignadamente que cada vez que entremos en algún rincón de internet se nos ofrecerá una galletita, una cookie, que se alojará en nuestro navegador y nos acompañará siempre. Galletitas como nueces cerradas que guardan los tesoros y secretos de nuestra intimidad. Y nosotros, como niños ingenuos y ansiosos, aceptamos y devoramos esas galletitas que, paradojas de la vida, nos devoran a su vez y nos digieren en sus lugares mágicos y ocultos.
Sé que Francesc Bracero, que escribe en este mismo diario, podría asesorarme sobre cómo esquivar y evitar esas nueces malignas, pero me temo que sería un esfuerzo inútil. Nos reparten nueces como golosinas y nos hemos hecho adictos a esa gratificación de tener siempre algo con quien hablar, aunque no sea de verdad una conversación. Hemos llamado –las palabras no son inocentes– inteligencia artificial, dándole una cualidad humana, a lo que son bases de datos con capacidad asociativa. No son Sócrates. Son un nogal que tiene dueños e intereses. Y nosotros volvemos a ser niños a los que ofrecen nueces. Y juegan…