Sorprende el silencio sobre la ley antitabaco. Hace apenas veinte años, la lista de lugares donde se prohibirá fumar habría provocado un estrépito digno de la revuelta de la Jamancia, la más desatada de las bullangas. Pero la maquinaria de concienciación ha trabajado con tanta eficacia que hoy damos por natural que el aire libre lo sea de humo. La primera prohibición de fumar que recuerdo fue en los ascensores. ¡Los ascensores! En esa época se fumaba en los aviones, en la consulta del médico, en la sala de espera de los hospitales, en la universidad y hasta en la biblioteca del Ateneu. Nadie, en su sano juicio, habría concebido una sobremesa sin humo con el café (copa y puro).
Hoy la prohibición ha saltado a la calle. Se extiende a parques infantiles, recintos deportivos, estaciones, conciertos al aire libre y, ojo al dato, a las terrazas de los bares. Cuando se cerró la puerta del tabaco en el interior de bares y restaurantes, las terrazas colonizaron calles y plazas. Primavera y verano, claro, pero también otoño e invierno. Los fabricantes de estufas se forraron, los toldos se tornaron robustos, el mobiliario efímero se reinventó y el PVC inauguró una arquitectura híbrida, medio terraza, medio galería.
La prohibición de fumar en las terrazas tendrá consecuencias imprevisibles
Y todo por obra y gracia de los fumadores, obstinados en no renunciar al pitillo de rigor sin levantarse de la silla. Incluso en terrazas sin estufa, ni manta, ni misericordia, resisten héroes del humo con la nariz colorada y el cigarro colgando de los labios.
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De esa épica fumadora nos hemos aprovechado sin disimulo los que hace años que ya no fumamos. Las terrazas están sobrevaloradas. A la hora de comer, en invierno o en verano, lo sensato es sentarse dentro de los locales, lejos del viento, del ruido y de la fauna urbana. Quien quiera comer fuera, que se vaya de excursión y monte un pícnic. Por eso, los que hemos disfrutado con calma de las mesas interiores que los fumadores despreciaban ahora nos vemos amenazados. Si la nueva ley se aprueba y les prohíben fumar también en las terrazas, volverán en tropel a las mejores mesas: las de dentro. Y entonces, ¿quién va a aguantar el frío glacial o el calor sofocante sin la dulce recompensa de echarle el humo en la cara al vecino?