Fue un despliegue notable de poder y liderazgo mundial. “Impresionante” –quizás el calificativo más frecuente usado por la prensa–.
Alrededor de unos 25 jefes de Estado atendieron el desfile militar en Beijing, invitados por el presidente de China, Xi Jinping. “La cumbre de Xi”, como podría interpretarse tras una lectura ligera de titulares, reunió, es cierto, a un grupo de países de la órbita china, pero la convocatoria incluyó a países como Rusia e India, que le dieron otra dimensión a lo que algunos consideran un “desconcertante espectáculo”.
Tal desconcierto parece inspirado por la foto de los líderes de China, Rusia y Corea del Norte marchando al frente del desfile. Más que desconcierto, lo que la cumbre de Beijing mostró de manera bien gráfica fue la configuración de lo que ha comenzado a llamarse el “nuevo orden mundial”.
Para una alta representante de la Unión Europea, se trata de un “nuevo orden mundial antioccidental”.
La imagen de líderes de regímenes autoritarios juntos se plantea así como “un desafío directo al sistema internacional basado en normas”. Es lo que se conoce como “orden internacional liberal” que supuestamente habría dominado hasta hace poco la política mundial, liderada por Estados Unidos. “Una alianza autocrática está buscando una vía rápida hacia el nuevo orden mundial”, observó la representante europea.
El escenario se vuelve más desconcertante si volcamos nuestra atención hacia Estados Unidos.
En realidad, el tal “nuevo orden mundial” está muy lejos de configurarse.
Casi al mismo tiempo, las acciones allí del presidente Trump reanimaban la discusión sobre la naturaleza autoritaria de su administración, una especie de amenaza cada vez menos fantasmagórica desde los inicios de su mandato. “El espectáculo irreal del autoritarismo de Trump”: es un de los tantos titulares destacables en una rápida búsqueda en Google en The New York Times que utilizan la expresión ‘autocracia’ para referirse a la trayectoria del régimen estadounidense.
La preocupación es internacional, como se ilustra con una breve mirada a la prensa británica reciente.
“La marcha de Donald Trump hacia el autoritarismo”, escribió Jonathan Freedland en The Guardian, “es tan continua, con uno o dos pasos cada día, que es fácil acostumbrarse a ella” (29/8/2025). Pareciera una reacción para estudiosos de las conductas sociales. Según Freedland, se trata de un “shock” permanente que no sabríamos asimilar: “El comportamiento dictatorial de Trump es tan descarado, tan flagrante, que, paradójicamente, lo descartamos”. Como si “nadie quisiera creer lo que ve”.
Algo similar observa Gideon Rachman en The Financial Times: “Trump ha impulsado una avalancha de pequeñas medidas que erosionan las normas del gobierno democrático cada vez más rápido. Son tantas que es difícil seguirles la pista” (1/9/2025). A manera de advertencia, Rachman hace solo un recuento reciente: el despliegue de tropas en Washington, las acciones contra la independencia de la banca central, sus medidas contra las universidades, sus hostiles declaraciones contra la prensa y sus desafíos a las decisiones de la Rama Judicial. Rodeado de aduladores en el gobierno, nadie parece oponerse a su voluntad. Rachman recuerda la famosa frase de Luis XIV, “el Estado soy yo”.
“Yo no soy un dictador”, dijo Donald Trump la semana pasada, mientras sugería, con ambigüedad, que muchos preferirían vivir en dictadura (The Guardian, 1/9/2025).
En realidad, el tal “nuevo orden mundial” está muy lejos de configurarse. China, es cierto, ha logrado consolidar su liderazgo entre un importante grupo de países. Pero lo que antes se identificaba con el mundo democrático hoy se ha quedado sin liderazgos ni referentes.
Reina el desconcierto.