17 DE SEPTIEMBRE
Si el Estado considera que no tienen la madurez suficiente para decidir fumar, ¿cómo justifica que sí la tengan para tomar decisiones trascendentales sobre su cuerpo y su vida futura?
Resulta sorprendente observar las contradicciones en nuestra legislación sobre la capacidad de decisión de los jóvenes. Un chico de 17 años puede iniciar un proceso de cambio de sexo sin necesidad de informar a sus padres. De igual manera, una chica de 16 años puede decidir interrumpir un embarazo sin el consentimiento ni el conocimiento de sus progenitores. Sin embargo, ninguno de ellos puede comprar un paquete de cigarrillos hasta cumplir los 18 años.
Si el Estado considera que no tienen la madurez suficiente para decidir fumar, ¿cómo justifica que sí la tengan para tomar decisiones trascendentales e irreversibles sobre su cuerpo y su vida futura? Es evidente que hay un doble rasero: se protege a los adolescentes de lo que se considera un hábito dañino, pero se les otorga plena autonomía en decisiones mucho más complejas, sin necesidad de guía ni acompañamiento familiar.
No se trata de cuestionar derechos, sino de exigir coherencia. Si buscamos realmente proteger a nuestros jóvenes, deberíamos aplicar el mismo criterio en todas las áreas, garantizando su libertad, pero también su seguridad y madurez al tomar decisiones tan relevantes.
Claudina Garbajal. Toledo
Cervantes caricaturizado
Miguel de Cervantes, el hombre que parió al Quijote, emblema del ingenio universal, es reducido por Amenábar a una caricatura sexual digna de un ‘reality show’. No sorprende: cuando la creatividad escasea, los progres se refugian en su vicio favorito, sexualizar hasta las lápidas. Y si la historia no respalda el invento, tanto mejor: se inventa. Total, los muertos no hacen juicios por difamación. Cervantes era homosexual, Sócrates era ‘trans’, Cleopatra era ‘drag queen’, Colón se autopercibía foca del Ártico…
Amenábar derrocha en ‘El cautivo’ chatura progre, disfrazada de provocación intelectual. Uno escribió para trascender siglos. El otro filma para alimentar titulares y algún aplauso. ¿Que en la época había homosexuales notables? Nadie lo niega. El cardenal Acquaviva, por ejemplo, o el amo turco de Argel. Pero de ahí a inventar que Cervantes compartía cama con ellos hay la misma distancia que entre un soneto y un panfleto barato. El problema de fondo es esta obsesión por convertir la historia en zoológico sexual. Ya no interesan la literatura o el pensamiento, sino escarbar en los calzones de los muertos.
A Cervantes lo recordamos por su pluma, no por su entrepierna. Si no nos llegó ningún testimonio sobre sus inclinaciones es porque no era relevante. Punto. Amenábar cree que escandaliza. En verdad, aburre. Y, sobre todo, empobrece. Donde Cervantes puso ingenio, él pone propaganda. Donde el Quijote se alzó contra los molinos, él se arrodilla ante los ventiladores del ‘lobby’ cultural. Y lo peor: mientras Cervantes sigue siendo leído, Amenábar solo será recordado por esta payasada.
José Luis Milia. Buenos aires (Argentina)
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