Los museos son guardianes de la memoria, espacios donde se tejen diálogos entre el pasado y el presente. Detrás de sus salas luminosas existen enormes retos financieros que son visibles. Sea esta la oportunidad para abrir una conversación más amplia sobre la sostenibilidad de nuestras instituciones culturales y el papel de la filantropía en su futuro.
Me refiero a una noticia que ha generado polémica: el interés del Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM) en enajenar dos cuadros de la artista Débora Arango. El debate ha sido intenso, aunque sigo sin entender el por qué. El MAMM es una institución privada, sin ánimo de lucro, exitosa y comprometida con su misión. Sin embargo, enfrenta un reto común a muchos museos, además de que sus colecciones permanecen en depósitos por falta de espacio para exhibirlas.
La propuesta es que dos obras pasen al Banco de la República y que los recursos obtenidos le permitan fortalecer sus programas, sostener su infraestructura y dinamizar su colección. No debería causar tanta controversia, sobre todo cuando la operación se realiza con una entidad tan prestigiosa y respetada que asegurará la circulación de las piezas, acercándolas a nuevas audiencias, proyectando el legado de la artista en redes de museos y centros culturales.
Como bien señala el MAMM, esta es “una decisión con visión de futuro. La transferencia propuesta es una apuesta estratégica de cooperación institucional entre el MAMM y el Banco de la República, para sumar capacidades y ampliar el alcance cultural de la artista”.
Muchos desconocen la difícil situación que atraviesan los museos permanentemente. Sus directivos luchan para cumplir con las obligaciones económicas. Por ello buscan diversas alternativas, siempre con respeto, estudios previos y bajo vías legales para recaudar fondos que permitan garantizar su sostenibilidad. Debemos pensar en más soluciones, no en obstaculizar las que se proponen.
Si no conocen la dificultad de mantener en pie las instituciones culturales, no pongan trabas ni castiguen a quienes buscan salidas para sostenerlas.
Resulta desalentador que los gobiernos y los congresos aprueben constantemente reformas fiscales que afectan a personas y empresas. En cambio, no hemos visto que se planteen reformas para impulsar incentivos tributarios a la filantropía. Bastaría con permitir que las empresas donen un 1 %, 2 % o 3 % de sus utilidades. ¿Por qué cuesta tanto imaginar soluciones de este tipo? ¿De dónde viene la desconfianza hacia el sector privado, cuando puede contribuir mucho más, no solo en cultura, sino en otros ámbitos sociales?
Existen mecanismos como Cocrea y Obras por impuestos; vale la pena revisarlos a fondo para que resulten más eficaces y atractivos, para quienes deseen aportar. En una conversación con un ministro de Hacienda, celebrábamos la aprobación de un beneficio que destinaba recursos de la telefonía celular a la cultura y el deporte. Diez años después seguimos esperando esos fondos.
Para agravar el panorama, en una columna Germán Vargas Lleras advertía que con la reforma tributaria de 2025 que avanza en el Congreso, en algunos casos, los impuestos podrían superar el 100 % de las utilidades empresariales. Si eso se aprueba, difícilmente un empresario considerará realizar donaciones en un campo como el cultural, al que tanto nos dedicamos con esfuerzo.
La filantropía es un acto que emociona al receptor y, aún más, al donante; es un virus que se esparce con rapidez, es un acto que impulsa al crecimiento y que llega a todos los rincones del país. Colombia no debería desincentivar ese gesto generoso.
Por eso pido un favor respetuoso: si no conocen la dificultad de mantener en pie las instituciones culturales, no pongan trabas ni castiguen a quienes, de manera creativa y legítima, buscan salidas para sostenerlas. Estas decisiones no debilitan, al contrario: dan sentido y fuerza a la motivación que nos une.
Queda una pregunta urgente: ¿cómo garantizar que nuestros museos perduren y sigan cumpliendo su misión?