EN LÍNEA
La puerta trasera de la inmigración ya no es Canarias ni el Estrecho, es Almería. Y el Gobierno no parece interesado en mirar al Cabo de Gata
En apenas dos semanas, Almería ha recibido más de quinientos inmigrantes en patera y sus playas han recogido una decena de cadáveres. El dato, frío, ya estremece. La imagen, también: cuerpos sin nombre, familias sin noticia, barcazas precarias que apenas aguantan a flote y desembarcos … que se multiplican en Carboneras, en su famosa playa de los Muertos, o en cualquiera de las calas del Cabo de Gata. Va quedando claro que la frontera caliente de España ya no está en Canarias ni en el Estrecho, sino en el litoral almeriense. El Mediterráneo ha tomado el relevo del Atlántico, mucho más complejo y vigilado.
Lo grave no es sólo el número de personas fallecidas ni la crudeza del drama, sino el silencio político que lo envuelve. Y más que el silencio, el silbido de disimulo ahora que el dilema está en esa esquina a la que históricamente casi nadie suele mirar. A muchos conviene que, si tiene que haber un acceso, seaese, el más apartado de la observación pública. El Gobierno central, inoperante hasta el hartazgo en este asunto, admite que más del 90% de los inmigrantes que llegan a Andalucía lo hace por esta provincia, pero no hay una estrategia clara ni recursos extraordinarios. Prácticamente no los hay ni ordinarios. Ni patrulleras en condiciones, ni medios aéreos suficientes, ni protocolos de identificación de cadáveres que garanticen un mínimo de dignidad. El Estado reconoce el problema con una mano y con la otra lo deja desatendido. Y en este caso, parece que aún más que en otros puntos cardinales del mapa. ¿El motivo? ¿Otra vez interés partidista y rédito miserable? El contraste político es evidente. Incluso el tacticismo con el que se maneja el asunto desde Madrid. Mientras el Ejecutivo socialista se limita a declaraciones genéricas, el territorio afectado, otra vez Andalucía, es una comunidad casualmente gobernada por el PP a la que se transfiere la presión sin herramientas reales. Ahí lo llevas, Juanma. Como si el drama humanitario pudiera gestionarse con voluntarismo local o con la precariedad propia de las ONG. De esta manera, se genera un cóctel que une desesperación, redes de trata y un vacío institucional cada vez más evidente que debería sonrojar a un Ejecutivo central que ya ha perdido cualquier capacidad de avergonzarse por nada.
No estamos ante una anécdota de verano. Almería es hoy la gran puerta trasera y, al mismo tiempo, el epicentro de un problema que amenaza con desbordarse. La inmigración irregular no se detiene con discursos; exige medios, coordinación y, sobre todo, voluntad política. Y cuando el Gobierno central decide pasar de largo, el mar se encarga de recordarnos la factura: vidas perdidas y un territorio convertido en frontera invisible. Quizás la cuestión no sea si Almería está preparada para soportar esta presión, sino si España puede permitirse tanto desdén y tanta indignidad.
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