Año 1923, Ortega publica España invertebrada, en la que escribe: “De 1580 hasta el día, cuanto en España acontece es decadencia y desintegración. (…) El proceso de desintegración avanza en riguroso orden de la periferia al centro. (…) En 1900, el cuerpo español ha vuelto a su nativa desnudez peninsular. ¿Termina con esto la desintegración? Será casualidad, pero el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas parece ser la señal para el comienzo de la dispersión intrapeninsular. En 1900 se empieza a oír el rumor de regionalismos, nacionalismos, separatismos…”. Esta cita da sentido a lo que sigue.
El posible Desastre final de España hoy en curso –su extinción como entidad histórica y como proyecto político– es el que se esfuerzan en precipitar cuantos se refieren a ella empleando con regodeo insistente la palabra plurinacional, que usan para aderezar todos sus platos confederales, guisados con singularidad y bilateralidad. Se trata de un nuevo y previsible Desastre, cuyo precedente, el Desastre de 1898, dejó una huella indeleble en los españoles de su época y marcó un antes y un después en la historia de España.
Aquellos días –contó Santiago Ramón y Cajal en sus Recuerdos de mi vida –, “cayó como una bomba la nueva horrenda y angustiosa de la destrucción de la escuadra de Cervera y de la inminente rendición de Santiago de Cuba”. Este hecho sumió a Cajal en “un profundo desaliento”, que le hizo abandonar por un tiempo su trabajo científico. “¿Cómo filosofar cuando la patria está en trance de morir?”, se preguntaba.
Alguien debe asumir el liderazgo democrático de la urgente tarea de salvación nacional
Francisco Silvela, inteligente y sensible, acertó a expresar el estado de España después de su tremenda derrota en un artículo célebre –“Sin pulso”– publicado en El Tiempo, el 16 de agosto de 1898. Va precedido de esta cita del Salmo IV de Isaías: “Varones ilustres, ¿hasta cuándo seréis de corazón duro? ¿Por qué amáis la vanidad y vais tras la mentira?”; y comienza así: “Quisiéramos oír estas o parecidas palabras brotando de los labios del pueblo, pero no se oye nada”. Un silencio que demuestra que este es el “singular estado de España: donde quiera que se ponga el tacto, no se encuentra el pulso”; lo que supone que “el corazón que cesa de latir y va dejando frías e insensibles todas las regiones del cuerpo, anuncia la descomposición y la muerte”. Y añade que, llegada la derrota, “todos esperaban o temían algún estremecimiento de la conciencia popular”, pero “solo se advierte una nube general de silencio o tristeza”, por lo que “si pronto no se cambia radicalmente de rumbo, (…) el riesgo es el total quebranto de los vínculos nacionales y la condenación por nosotros mismos de nuestro destino como pueblo”.
Cuanto antecede dota de sentido lo que quiero decir, para alertar a quien me lea y se sienta concernido como español:
1) La situación de España es hoy más crítica que en 1898. a) Entonces se trataba de la independencia de unas colonias; hoy está en juego la escisión de una parte de la nación. b) La guerra fue en 1898 con una potencia extranjera; la confrontación es hoy entre españoles: media España contra la otra media, Pacto de San Sebastián mediante (izquierdas más separatistas).
2) La consecuencia del Desastre del 98 fue la pérdida de los últimos jirones del imperio colonial, mientras que ahora sería el fin de España como entidad histórica y proyecto político, dado, en palabras de Silvela, “el total quebranto de los vínculos nacionales”, que comportaría la mutación del Régimen del 78 en una República confederal.
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3) La coalición progresista que sostiene al actual Gobierno apuesta por un régimen plurinacional.
¿Es inevitable este Desastre final? No, pese al profundo e insidioso riesgo existente, si se cumplen dos condiciones: 1) Que una parte significativa de los ciudadanos de derechas e izquierdas tome conciencia inmediata de la enorme gravedad de la situación y obre en consecuencia. 2) Que alguien asuma con determinación, vista larga y ánimo grande el liderazgo democrático –hoy vacante– de esta urgente y crucial tarea de salvación nacional.