Ya no recuerdo con precisión la fecha en que este diario me abrió las puertas para compartir con sus lectores un tema tan fundamental para el país como es la educación, pero son cerca de treinta años. Desde esta columna he tenido la oportunidad de comentar la política pública de cinco presidentes –dos de ellos de larga duración–, pero también he intentado mostrar el acontecer cotidiano de niños y adolescentes; las virtudes, dificultades y defectos de los maestros; las tendencias mundiales en pedagogía; los males sociales que amenazan a las nuevas generaciones y la esperanza que renace en cada colegio donde el entusiasmo juvenil combinado con la iniciativa y compromiso de toda la comunidad consigue proezas increíbles en la ciencia, el arte, el servicio a la comunidad o el deporte.
Buena parte de los temas que he tocado en este espacio provienen de mi contacto permanente con maestros y maestras, con directivos de las entidades territoriales, con rectores de universidades y, sobre todo, con colegas al lado de los cuales he desarrollado mi actividad en el sector educativo por casi sesenta años en los cuales he participado en iniciativas muy valiosas para el país. Mi dedicación a la pedagogía me ha permitido también recorrer otros países, identificándome como “maestro”, que es una palabra ambivalente, pues designa tanto a quien ha alcanzado altos niveles de reconocimiento como al que dedica su vida a enseñar las primeras letras a los niños.
A raíz de un evento promovido por unos rectores oficiales de Bogotá, en el cual tuve oportunidad de narrar anécdotas y recordar cómo surgieron programas y normas que han cambiado asuntos importantes en el trajín de la vida institucional, un par de amigos me dijeron que debía escribir mis memorias. Al principio me pareció absurdo, porque eso lo hacen solo los mayores con mucha experiencia, pero caí en cuenta de que yo soy un viejo con mucha experiencia y consideré interesante intentar la tarea, aunque fuera como ejercicio de actividad cerebral, muy recomendable para los mayores de setenta años.
El lanzamiento de Las sirenas y la memoria será el 8 de octubre en la Universidad de Cafam.
En el primer intento caí exactamente en lo que no quería, que era esa especie de psicoanálisis solitario de quien pretende recrear cronológicamente su vida metiéndose en los laberintos indescifrables de las relaciones familiares, los años de infancia, las amarguras de la adolescencia, etc. Entonces cerré el documento y lo dejé como obra inconclusa e impublicable. Pero meses después, en alguna cena familiar, contando lo que me había ocurrido una vez que me perdí en un país extraño donde fui a hacer una asesoría, descubrí que lo divertido era contar esas aventuras, que siempre fueron trabajos y proyectos colectivos, como es inevitable que suceda en el universo de la pedagogía.
Ahora el texto ha sido publicado por la Editorial del Magisterio y recoge historias muy interesantes como la de Código de Acceso, que fue una escuela de periodismo juvenil que por varios años funcionó dentro de EL TIEMPO, o como el nacimiento del programa Ondas, que hace más de veinte años se gestó en Colciencias y todavía se ocupa de estimular la investigación y el espíritu científico entre miles de niños y adolescentes desde el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.
Por primera vez me atrevo a promover en esta columna la lectura de algún texto de mi autoría, aunque son varios los que han salido a la luz en estas décadas. Pero este es especial, pues antes que una historia personal es un homenaje al oficio que me ha permitido participar de algún modo en el desarrollo del país, estar cerca de las regiones más apartadas, reconocer las maravillas que hay en nuestros jóvenes y cultivar afectos y aprendizajes en muchos lugares de Colombia y el mundo. El lanzamiento de Las sirenas y la memoria será el 8 de octubre en la Universidad de Cafam, que fue mi último y maravilloso espacio laboral, cuando la universidad apenas daba sus primeros pasos.
fcajiao11@gmail.com