No hay rastro de venganza en el gesto sereno de Caroline Darian. Lo que sí hay es una profunda y firme vocación de justicia. Tampoco lo hubo –ese ánimo vengativo– en su madre, Gisèle Pelicot, cuando se enfrentó en los tribunales a los 51 hombres que abusaron de ella durante más de una década, aprovechándose de la sumisión química a la que le sometía su propio esposo. La mayoría de los acusados fueron condenados. Dominique Pelicot, el marido, recibió la pena más alta: veinte años de prisión. La máxima condena, sin embargo, no fue esa. La pena más dura la carga Gisèle. De por vida. Y también Caroline, arrastrada desde niña al engranaje de la violación sistemática que organizó ese hombre que, bajo la mala verdad de un padre corriente, escondía un monstruo.
Caroline Darian, en un momento de su intervención ante los invitados a la gala.
Hoy, Caroline Darian se ha volcado en una misión personal: dar voz a quienes no la tienen. Por eso subió al escenario del Palau de Congressos de Catalunya, decidida a visibilizar una realidad que en demasiadas familias permanece oculta. Entonces, el nombre de la asociación que ha fundado, ¡No me duermas! Stop a la sumisión química, cobró todo su sentido: la urgencia de comprender qué significa realmente consentir, qué es el acoso, qué implica el abuso. Más que compasión, Caroline despertó una indignación compartida. Nos recordó que los cuentos de terror que ella y su madre vivieron existen, pero que solo se muestran al mundo si alguien los cuenta.
La hija de Gisèle Pelicot, Caroline Darian, demostró que los cuentos de terror existen pero que solo ensanchan conciencias si alguien los cuenta
“El valor es hablar cuando uno podría permanecer en silencio”, dijo desde la tribuna, con la voz quebrada.
Quédese el lector con esa frase, porque nos conduce directamente a otros protagonistas de la noche especial organizada por La Vanguardia. Se trata de los 250 periodistas asesinados en Gaza en los últimos dos años de guerra. Al igual que Caroline, estos profesionales tampoco callaron pese al momento histórico como el actual, en que la indiferencia y la impunidad amenazan con moldear un presente en el que el periodismo debe elegir entre ser altavoz del poder o ser herramienta de la memoria, la paz y la justicia.
Javier Godó, conde de Godó, se refirió a ese coraje que distingue el buen periodismo: el de hacer que ninguna historia se disuelva en la bruma de la ficción. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, recogió el guante de las palabras de Caroline y las hizo suyas: “Gracias a ti y a tu madre por contar lo inimaginable. Y por convertir el dolor en un inmenso legado de dignidad, para que la vergüenza cambie de bando de una vez por todas”.
La oftalmóloga Elena Barraquer agradece el galardón al Rey, junto a Pedro Sánchez y Javier Godó.
La hija de Gisèle Pelicot y su causa, al igual que los periodistas que arriesgan la vida para narrar otro tipo de horror, el de la guerra, comparten algo esencial: el compromiso con la verdad y la dignidad. Palabras mayores que impregnaron la velada y que también encarnan personas como el analista Timothy Garton Ash o el cardenal Juan José Omella, otros dos galardonados por el diario del Grupo Godó (el último, por su impulso a la Sagrada Familia). “Las mentiras se fabrican cuando se ha cometido una injusticia”, se escuchó en off durante uno de los vídeos proyectados.
Verdad. Dignidad. Las que abrazan asimismo las asociaciones de víctimas de la tragedia de Valencia, que no pudieron viajar a Barcelona por la alerta roja meteorológica, justo cuando se cumplían once meses de aquella dana mortal. La de los voluntarios de Cruz Roja y Cáritas. Lo llaman solidaridad, pero en verdad es entrega. O mejor aún: es dar voz a quien no la tiene.
El director gerente del hospital Sant Joan de Déu, Manel del Castillo, instantes después de recibir el premio.
Es también devolver la vista, un pequeño milagro que desde hace 30 años consigue la oftalmóloga Elena Barraquer con miles de personas en África y América Latina, sin pedir nada a cambio. O dar la vida, por la que batalla a diario todo el personal médico del Hospital Sant Joan de Déu, bajo la dirección de Manel del Castillo.
En ese bando está el orgullo. No la vergüenza.
En ese lado está la esperanza.