El escritor holandés Ilja Leonard Pfeijffer, en la piel del narrador de su última novela, Monterosso mon amour (Acantilado / Quaderns Crema), nos revela ideas valiosas sobre la relación entre realidad y ficción: “La realidad es amorfa y no tiene ningún tipo de sentido, de modo que, para entender qué significa ser humano en este mundo, hay que meterse dentro de historias que sugieren sentido y dan forma al caos. La naturaleza crea cuerpos, las historias son lo que los convierte en personas”.
Y eso es exactamente lo que hace Carla Simón en las tres películas que forman la que podríamos llamar trilogía sobre la familia: Estiu 1993, Alcarràs y Romería. Se plantea preguntas a partir de su vida particular e intenta responderlas creando historias que se convierten en universales.
Aquella Frida de Estiu 1993 que se tiraba al suelo con bañador, aburrida, refunfuñando, en la larga espera de hacer la digestión y poder meterse en la piscina; aquella Frida que iba a la charcutería y la señora de la tienda le daba un trocito de jamón de York mientras su prima y futura hermana la miraba celosa, teniendo que digerir que a los tres o cuatro años acababa de ser destronada; aquella Frida a quien le costó arrancar el llanto por la muerte de su madre; aquella Frida… ahora se ha hecho mayor.
En ‘Romería’, Carla Simón ha tenido que recurrir a la ficción para llenar los huecos de la realidad, para dar forma al caos
Carla Simón le ha cambiado el nombre, claro, porque es Frida y no lo es. Ahora es la Marina de Romería, que con dieciocho años viaja a Galicia a buscar respuestas a un montón de preguntas sobre quiénes fueron sus padres. ¿Cómo eran? ¿Qué hacían unos jóvenes en los años ochenta en Vigo? ¿Cómo los trató su entorno? En definitiva, ¿cuál es su origen? Son preguntas que nacen del silencio o de cosas contadas a medias para no ahondar la herida.
Marina llega a Vigo con su cámara de vídeo que no para de grabar, a través de la cual vemos su mirada sobre el paisaje que la recibe. Las preguntas que plantea desvelan las verdades y mentiras que tejen las familias para sobrevivir.
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Con el coraje de los dieciocho años y toda una vida por delante, Marina pronuncia alto y claro la palabra sida. Una enfermedad que arrasó una época, que se llevó a los padres de la directora y que en tantas familias ha sido silenciada, cerrada en un armario o escondida bajo un montón de colchones. Es esa realidad amorfa para la cual ha habido que crear una historia. Simón ha tenido que recurrir a la ficción para llenar los huecos de la realidad, para dar forma al caos.