Los pasos te vuelven a llevar al lugar donde uno fue feliz y a aquel rincón confío en regresar más tarde o más temprano, cuando el reloj de sol marque la hora precisa del día determinado. Hasta entonces no queda otra que hurgar entre los … escombros para rescatar los recuerdos, gratos e ingratos, que dejó marcado a fuego el hormigón que hoy se derrumba como hito de progreso. Cae para levantarse. La vida. Puro espíritu en verde y blanco.
Los hombres de Pepe Núñez, allá por los años setenta de la centuria pasada, hicieron tangible el arduo sueño de ampliar su casa como símbolo de impulso a una entidad curtida en mil batallas y que residía en Heliópolis desde varias décadas atrás, como un vecino más.
Aún restarían años para que este plumilla sintiera por primera vez el eco de tu alma de la mano de mi padre. Hasta allí peregriné tantas veces como pude, porque querer siempre quise. Los avatares de la vida han hecho a estos ojos ver el balompié desde todos tus rincones. Huyendo del sol; esquivando el frío que se colaba entre las rendijas del cemento; soportando la lluvia, que en Sevilla también existe; sudando el calor. Lo que fuera.
Con la desaparición de la vieja grada de Preferencia se entierra para siempre el estadio que te vio crecer, sufrir, agonizar, golpear, resucitar y triunfar. Te vio llorar una alegría compartida –como mejor sabe–; te vio fingir una sonrisa de los nervios contra el reloj de la desgracia; te vio levantarse de una humillación; te vio honrar el ‘Manquepierda’ –manque les pese a algunos–; te vio rezar y perdonar; te vio desfallecer y resurgir; te vio en las treces barras de tu escudo de guerra que defendieron soldados de honor, quienes levantaron los ‘óles’ que también definió el maestro Burgos en su Recuadro.
Adiós, querida casa. A la que uno regresaba casi por inercia los domingos (cuando el fútbol era fútbol). Atrás, en la retina, queda la banda sonora del carrusel; los avisos de los perdidos y los coches mal aparcados para la puerta de cristales; las barreras de hierros del viejo Gol Sur y sus avalanchas por el tanto en verde y blanco; la hora y media sentado sobre el propio cemento mientras el nuevo Gol Norte renacía; la infinita escalera al cielo de Voladizo; la entrada junto a mi abuelo en el desaparecido Fondo. Todo se lo llevó, todo se lo llevará el ‘diplodocus’.
Adiós, querida casa. En la esperanza de que no habrá polvareda ni cimientos que oculten las huellas que levantaron y mantuvieron vivo el hogar de tantos y tantos fieles enamorados de tus cinco letras, en la agonía más que en la alegría. No tardes en volver, Betis.