El pasado 30 de julio en Vigo, con un sol de manicomio, Abel Caballero cumplió con su anual cita con la excentricidad para anunciar el inicio de la Navidad. Esta gracieta, ya asentada en el imaginario nacional, forma parte de la manera de obrar … de un tipo que usa lo estrambótico para conseguir foco y así promocionar, a golpe de derroche, el lugar que gobierna como un destino atractivo para el turista. A la vista está que le funciona, que le tiene cogida la medida a la erótica de la pamplina. Y es que no hay que indagar mucho para darse cuenta de cómo proliferan los triunfos de personajes de este corte, herederos de la doctrina gilygil, legatarios de esa vieja máxima del que se hable, da igual que sea mal o bien, pero que se hable.
Por ahí anda también danzando el inefable Gonzalo Jácome, alcalde de Ourense, que este verano nos ha regalado un sketch digno del José Mota más afilado o del Ozores más satirón, chapoteando en unas termas con el torso desnudo, un micro enganchado a los pelos del pecho y usando a su concejala de Festejos cual si fuera la imagen de su discoteca de delirios.
Dichas actividades performativas forman parte del encanto de esta camada de showmans. Huelga decir que la efectividad del método tiene su mayor prueba en el presidente de los States y su forma de concebir el ejercicio de la política, convirtiendo la Casa Blanca en un plató de televisión perpetuo, pronunciando discursos surrealistas, mediando en las guerras como si echara partidas a su videojuego bélico favorito, como un adolescente repanchingado en el sofá con un cartón de pizza mustia sobre la mesa.
Para perdonar estos comportamientos suele decirse que no han engañado a nadie, que siempre han actuado así, que la gente les votó. Es cierto, cada cual con su estilo y con las apariencias que quiera proyectar. Aquí, en Sevilla, tenemos a José Luis Sanz, un perfil serio, de gestor con trienios, resolutivo. Ese se supone que es su fuerte, la virtud que le diferencia. No obstante, estos últimos días vemos que por esa fachada de sobriedad se viene descolgando un mal chiste, de esos que provoca vergüencita ajena.
A cinco de marzo, ABC publicaba que su Gobierno había culminado el proyecto para la instalación de los toldos en la Avenida de la Constitución y que el Ayuntamiento, previsor tras el chasco del verano pasado, se iba a poner manos a la obra después de Semana Santa para tenerlos a punto a finales de mayo. Bien, ya conocen el resultado y el rosario de excusas inservibles que no tapan el fracaso de una de sus promesas electorales. De nada sirve echarle la culpa a la empresa adjudicataria, pues fue la Gerencia de Urbanismo (ay, gerente) la que la eligió. Ahora mismo, lo que tenemos es un tranvía bajo palio, una punzante metáfora. Pero, ojo, igual Sanz solo está emulando a la inversa a su homologo gallego. La Navidad llegó a Vigo en verano y los toldos, a este paso, llegarán a la Constitución en Navidad, junto a los puestos de castañas. Caballero y Sanz. Luces y sombras.