El último libro que publicó Mercè Rodoreda fue Quanta, quanta guerra … Pienso en esta obra porque su protagonista, Adrià Guinart, un voluntario, se cansa del frente y huye en cuanto puede. En la guerra, como la de Ucrania o la que libra Israel, todos los soldados son tan víctimas como la población civil. “La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre ellos, por orden de viejos que se conocen y no se odian, pero no se matan”, escribió Erich Hartmann, un joven que huyó de la Alemania nazi antes de que lo movilizaran. Fotografió de mayor los campos de exterminio. Hoy toda Gaza es un campo igual.
La guerra es mortal, inútil y absurda. La guerra es la viva e inapelable prueba de que el hombre no es tan sapiens como piensa de sí mismo, todavía con la quijada del antropoide en la mano. ¿Pero es la guerra inevitable? Se dice incluso que hay guerras justas. La mayoría decimos que es justa la defensa de Ucrania e injusta la ofensiva de Israel.
Pero ¿no es contradictorio hablar de “guerra justa”? Incluso Vladímir Putin y Beniamin Netanyahu sostienen que sus ofensivas son justas. San Agustín dijo que la única causa justa es responder a una injuria recibida. Y santo Tomás arguyó la promoción del bien. La guerra, “continuación de la política por otros medios”, como escribió Von Clausewitz, apela siempre, mal, a la justicia, hasta con el bombardeo de Hiroshima.
Si fuéramos ‘sapiens’ de verdad, la razón podría evitar la guerra o ponerle fin ya de una vez
La ética, esto es, la responsabilidad sobre los propios actos y sus consecuencias, tiene un serio problema con la inmortal mortalidad de la guerra. Es paradójica una “ética de la guerra”. Por definición, guerra y razón son valores antitéticos. Puedo tomar las armas frente al invasor, decir que es justo, pero no seré capaz de razonar que tenga yo que acabar con la vida de otro o de entregar la mía. Albert Camus fue criticado cuando, al ver que su madre podía ser víctima inocente de los atentados en Argel contra el colonialismo francés, declaró a un periodista argelino: “Yo creo en la justicia, pero defenderé a mi madre antes que a la justicia”.
Es fácil decir no a las armas y excusarse en el idealismo y la paz, como es fácil, también, alentar su uso con la excusa del realismo y la misma paz. Lo difícil es justificar una guerra legítima, en tanto que lo imposible será siempre excusarse en la razón. La ética no debería llegar hasta este punto. Puede comprenderse la inevitabilidad de una guerra, pero será muy difícil justificarla . Francisco de Vitoria puso condiciones para una guerra justa: servir al bien público, recuperar lo perdido, buscar la paz y hacer pagar al enemigo los costes. Pero la historia ha demostrado que pueden acabar en injusticia. Una guerra siempre es un fracaso que pudo ser evitado con la razón o bien esta puede ponerle fin ya de una vez. Si fuéramos sapiens de verdad, es lo que sucedería siempre. Se ve que no lo somos y por eso es más importante formar jóvenes capaces de pensar que inflar el presupuesto militar. Acumular armas puede asegurar la paz; o no. Mejor acumulemos cerebros.
John Rawls, filósofo de Harvard –a esta universidad, por liberal, los conservadores llegaron a llamarla “el Kremlin”–, publicó El derecho de gentes , supongo que con el recuerdo fresco de la guerra del Golfo, emprendida por el presidente Bush. En la obra justifica la guerra si es en propia defensa, por motivos humanitarios y protección de los derechos humanos, y si pretende una paz duradera. Todos los cálculos de eficiencia y éxito deben obedecer a estas razones. Michael Walzer, su colega en Princeton, había dicho en Guerras justas e injustas que lo esencial de las guerras justas es conseguir la libertad, pero sin armas ni métodos inaceptables por la conciencia.
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Pero hoy el reto de la guerra justa no recae solo en los contendientes. En un mundo de imperialismos, pero cada vez más interdependiente, la cuestión de la legitimidad se ha universalizado. Es cosa de todos. Claro es que los intereses imperiales se atreven como tales a intervenir desde fuera, pero los valores humanos y democráticos hacen que ya no se pueda justificar la neutralidad de un tercero cuando una nación está masacrando a otra. La moral es imborrable siempre. Así, hay estados morales e inmorales.