“El partido de los estúpidos” es la denominación que John Stuart Mill dio a los conservadores. Pero este juicio –escribe Russell Kirk–, como tantas otras afirmaciones que los liberales del siglo XIX creyeron eternas, necesita ser revisado en esta época de crisis de Occidente. Porque el conservatismo fue arrollado, pero no erradicado, y no les ha ido mejor a sus adversarios. De hecho, el conservatismo ha mostrado una fuerte continuidad política e intelectual durante más de doscientos años, mientras los partidos radicales han ido mutando y disolviéndose sucesivamente, bajo el único denominador común de su hostilidad a todo lo establecido. En efecto, mucho es lo perdido por los conservadores, pero más es lo que han conservado: la conciencia de que los problemas políticos son problemas morales; la desconfianza ante los designios de uniformidad de los sistemas radicales; la convicción de que la sociedad demanda autoridad; la creencia de que propiedad y libertad son inseparables; el respeto a las normas consuetudinarias, y la evidencia de que no todo cambio genera progreso.
En este marco, la evolución de la derecha española ha sido torpe. Lo peor –según una extendida opinión– es que siga buscando el remedio a sus males en la política, como si antes de que perdiese el poder no hubiese perdido la sociedad. La derecha española perdió primero al mundo intelectual y después al mundo obrero. Su gran apoyo siguió siendo durante muchos años el mundo rural, que se ha desvanecido, y la clase media tradicional, hoy en crisis, hedonista y consumista. El gran acierto del socialismo fue adaptarse a esta nueva sociedad, sustituyendo el dogmatismo marxista por la flexibilidad de la socialdemocracia, y su tradicional austeridad moral por una permisividad que ha alcanzado altas cotas entre nosotros. La bandera de la izquierda era la libertad, la secularización y el pluralismo. Y ganó la batalla.
Hoy las cosas han cambiado. Emerge una sociedad diversa a causa de: 1. Una inmigración creciente e irreversible, que provoca un cambio social radical. 2. La atribución de un alto valor a la libertad de iniciativa de los individuos y los organismos sociales, habida cuenta de que la sociedad actual se siente: a) Aherrojada por una normativa “progresista” desbocada. b) Sometida a un creciente intervencionismo estatal. c) Perturbada por una exacerbación desmedida de los derechos individuales.
La derecha debe postular un Estado fuerte, en que el interés general prevalezca
Frente a esta deriva, jaleada por el “clericalismo de izquierdas”, la derecha debe postular un Estado fuerte, que en lo económico y social responda a las exigencias de la justicia más exigente, que en lo moral proclame la permisividad propia de una sociedad cuya argamasa son los valores de la Ilustración de raíz cristiana, y que en lo político asegure la prevalencia del interés general, el orden y la propiedad.
Esta nueva derecha laica rechaza todo dogma, pues sostiene que la laicidad trasciende el hecho religioso, y se erige –según Claudio Magris– en un baluarte de la tolerancia, por entender que no sólo el clericalismo religioso es contrario de la laicidad, pues también lo es –¡y en qué medida!– la cultura o pseudocultura radicaloide y secularizada hoy dominante. Laicidad –concluye Magris– significa “duda respecto a las propias certezas, autoironía, desmitificación de todos los ídolos, incluidos los propios; capacidad de creer con fuerza en algunos valores, a sabiendas de que existen otros igualmente respetables”.
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En España, esta tolerancia de la derecha moderada ha de manifestarse en su predisposición tan cortés como firme a un diálogo racional sobre “cosas” y no sobre “personas”. Y en pactos transaccionales, que la izquierda evitará, abducida por el dogmatismo clerical que la domina y por su actual forma de hacer política, que se concreta en un muro. Será imposible. Seguro. Pero hay que aguantar sin una mala palabra, sin un mal gesto y sin una mala actitud. Con la ley como marco, la política como tarea y el diálogo como instrumento. Hasta que los españoles vean que urge cambiar. Ellos tienen la palabra… y el voto.