Escribe Peter Burke, catedrático de Historia Cultural de la Universidad de Cambridge, que los estudios sobre la ignorancia han ido cobrando impulso en los últimos treinta años. Pero en el mundo actual, los ignorantes se están apoderando de la Tierra. Ya a finales del siglo XIX, el neurólogo estadounidense George Beard intuyó que la ignorancia es poder, aunque nunca pudo pensar que tantos ignorantes llegarían a lo más alto. Unas pocas décadas después, Henry Ford afirmaba que buscaba personas con una capacidad infinita para no saber lo que no se puede hacer. Y es que las locuras pueden ser muy creativas, aunque algunas produzcan desastres.
Los medios de comunicación nos demuestran a diario que mucha gente tiene fascinación por los imbéciles. En las librerías, los libros sobre el fenómeno de la imbecilidad empiezan a llenar estanterías enteras. Les leo algunos títulos: Nuevo elogio del imbécil, de Pino Aprile; El triunfo de la estupidez, de Jano García; Rodeados de idiotas, de Thomas Erikson; Las leyes fundamentales de la estupidez humana, de Carlo M. Cipolla; La imbecilidad es cosa seria, de Maurizio Ferraris. Uno de los primeros en advertir este fenómeno fue Umberto Eco, que se refirió a la revolución de los imbéciles en el 2015. En su discurso como honoris causa en la Universidad de Turín proclamó: “Las redes sociales han dado derecho a hablar a legiones de imbéciles que primero hablan en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos, antes, eran rápidamente silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles”.
En las librerías, las obras sobre el culto a la imbecilidad llenan estanterías enteras
Ferraris ha escrito en su libro sobre esta cuestión, que la época en que vivimos es, en realidad, un clamoroso fracaso de la ideologías como regla de comportamiento colectivo, así como una explosión de tecnologías que simplifican el acceso a la cultura y facilitan la toma de posición individual. El resultado de este empoderamiento es, en demasiadas ocasiones, un disparate. Aprile considera que la estupidez tampoco es tan grave, pues resulta una ventaja adaptativa.
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Albert Camus decía que hemos de contribuir a la felicidad y la alegría, porque este mundo es infeliz. Y, ahora, cada vez más idiota.