A algunos políticos no les sentaron bien las vacaciones. Quizás sí estén sobrevaloradas: volvieron igual de alterados. Tellado inauguró el curso político pala en mano (metafóricamente, claro). No para homenajear a los bomberos que se deslomaron sofocando incendios, sino para “empezar a cavar una fosa” donde enterrar a un gobierno que “nunca debió haber existido en nuestro país”. Una frase bengala: ilumina un instante, ciega, se apaga y deja un persistente olor a pólvora.
Lo inquietante de hablar a la ligera es que, ya sea por ignorancia o con conocimiento pleno, banaliza la historia de un país del que se proclama patriota. Se dirige solo a los convencidos, no al conjunto de votantes, aunque anhelen esa “mayoría suficiente”. Y mucho menos a quienes sienten como una herida ese pasado de fosas y cunetas y defienden la historia como militancia de la verdad.
La historia, escribe Ivan Jablonka, “se ejerce siempre en un medio hostil, contra un enemigo llamado error, engaño, denegación, mentira, secreto, olvido, indiferencia”. Bingo: Tellado hizo pleno. Más que un desliz, parece la culminación de un desdén calculado de su formación, que lleva décadas burlándose de las “batallitas del abuelo” y los “buscadores de huesos”. Contra las críticas, echan mano de un neologismo irónico (francomodín) para presentarlas como un argumento cansino y exagerado.
Lo que incomoda al PP de la pujanza de Vox es haber creído que los desactivarían como a Ciudadanos
Por su parte, Núñez Feijóo, cuello de camisa abierto, cantó su amor por lo cítrico en un local de recreo. Momentos que antes quedaban en lo privado ahora se comparten a modo de contenido simpático en Instagram. Y, para no dar puntada sin hilo, acompañado de “me gusta la fruta”. Tres días después volvió a lo de las saunas y las imputaciones. Para qué hablar de problemas sociales acuciantes pudiendo entonar el estribillo más pegadizo de la legislatura.
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