En estos días muchos hemos regresado a la ciudad para reencontrarnos con nosotros, cada cual desde la propia experiencia vacacional pero todos queriendo retomar nuestra identidad vivencial. Quienes acumulamos muchas décadas volviendo a nuestro hábitat tras el descanso estival, sabemos bien que cada año nos … embarga la misma sensación de vuelta a la esencia e identidad vital que nos define.
El reloj existencial señala con periódica exactitud hitos y fiestas que marcan intensamente nuestro personalísimo tiempo, contando estíos vividos, navidades celebradas, años que se suceden con campanadas repletas de buenos deseos, cuaresmas y primaveras esperanzadas, azahar, incienso, alamares, farolillos y otra vez las tan deseadas vacaciones estivales. Con los años cambian las generaciones, costumbres y tendencias, suscitando nostalgia lo ya vivido e incertidumbre el futuro, pero gracias a Dios podemos constatar que seguimos viviendo.
Somos lo que somos según el tiempo y el espacio, pues en buena medida la época en que pervivimos y el lugar donde lo hacemos determinan decisivamente nuestra propia esencia y existencia. Somos tiempo, espacio y genética, que todo ello configura los hitos cíclicos de cada cual en la coordenada temporal que nos ha correspondido, la localización donde la vida nos ha ubicado y los genes heredados.
Agradezco haber nacido en Sevilla a mediados del siglo veinte, de padres que trabajaron por sus hijos tan duro como muchos otros hasta lograr para nosotros una vida mejor. Aquella España del desarrollo superó el hambre, instituyó los derechos sociales y luego acabó posibilitando la transición al estado de derecho y las libertades, con una Constitución muy ampliamente refrendada por los españoles, que continúa siendo nuestro marco de convivencia democrática. Somos lo que la vida y la historia nos han deparado y debemos estar agradecidos a nuestros mayores por el devenir de lo vivido.
Pasan los lustros pero volver a Sevilla es siempre un reencuentro con nuestra esencia y querencia, sea cual sea el tiempo pasado fuera de la ciudad amada y el motivo de la ausencia. Su nombre evoca vida, paz, luminosidad y esperanza, preludiando constantemente nuestras más íntimas vivencias, sensaciones y emociones. Sevilla es siempre la vida para quienes estamos enamorados de ella, que no en vano es ciudad prototipo de una inmensa belleza, siempre tan fácil de captar como difícil de describir.
La ciudad causa perennemente un intenso sentimiento contradictorio, pues nos embriaga su hermosura y nos duelen las carencias que padecen muchos de sus habitantes. Es la ciudad auténticamente de postal en cuyo dorso se lee la dramática estadística de la pobreza, la exclusión social y las carencias vitales. Sevilla siempre duele en nuestras conciencias. No somos una excepción, pero siempre duelen más las injusticias próximas.
Pareciese que la ciudad está adormecida ante esa triste realidad sufrida por tantos vecinos de diferentes zonas, estratos sociales, etnias, razas y otras condiciones, todos con el mismo derecho a ser tan sevillanos como quienes nos sentimos especialmente orgullosos de serlo. Hieren las malas políticas sociales y el clima de insolidaridad que nos empuja a desentendernos del entorno. Duele la Sevilla de las injusticias, a la que muchos buenos vecinos de toda condición aportan altruistamente su esfuerzo, entrega y solidaridad.
Mis primeras líneas del nuevo curso pretendían ser una oda a la bellísima ciudad tan amada pero al escribir, la conciencia no me ha permitido eludir esa cruz de las indigencias sociales, económicas y de toda índole, que cada vez afloran más en esta urbe de las inadmisibles y profundas desigualdades sociales. Por eso ha surgido un aldabonazo al compromiso con los demás. Sevilla enamora, pero también duele por tantas injusticias.
José joaquín gallardo