Recordando a Hegel, el filósofo brasileño Douglas Barros dijo, en una entrevista, que hay cierta impotencia de la razón frente a la contradicción y a la contingencia que es la propia historia porque solo podemos interpretar y darles sentido a las ruinas de la historia cuando estas ya han sido producidas, es decir, los seres humanos podemos reflexionar sobre los hechos cuando estos ya ha han ocurrido, y, muchas veces, han arrasado con nosotras.
Así sucede con la política lingüística en Francia. El sociolingüista francés Philippe Blanchet, quien acuñó el término ‘glotofobia’ para hacer referencia a la discriminación por motivos lingüísticos, nos recuerda que clasificar las lenguas es un acto político. Cuando, en 1992, modificaron el artículo 2 de la Constitución francesa para establecer que “La lengua de la República es el francés”, en realidad estaban diciendo que la lengua de la República era el francés de las clases dominantes parisinas. Creemos que la lengua francesa siempre fue hablada en todo el territorio francés, pero en realidad es tan solo una de las lenguas provenientes de una de las zonas geolingüísticas del país: una lengua de oíl hablada en Île-de-France, en Orléanais y en una parte del Valle del Loira.
Con la imposición del francés como lengua dominante, las demás lenguas regionales fueron estigmatizadas, por lo que muchos padres renunciaron a hablarles a sus hijos en otras lenguas regionales como el provenzal, occitano, vasco o picardo. Según Blanchet, 11 millones de franceses han sido víctimas de discriminación por tener un acento diferente al de la burguesía parisina. Por esto, en 2021, se aprobó la ley Molac, relativa a la protección patrimonial de las lenguas regionales de Francia. Así, tuvieron que pasar muchos años, muchas discriminaciones y varias lenguas tuvieron que haber sido arrasadas para que, a nivel político, decidieran hacer algo al respecto.
Podríamos aplicar este análisis a cualquier otro fenómeno de la vida social, por ejemplo, la violencia de género. Las mujeres que nos antecedieron, nuestras abuelas y madres, tuvieron que haber sido “arrasadas” por los hombres más cercanos a ellas para que pudieran darle sentido a lo que les estaba pasando; para que pudieran interpretar sus propias ruinas. Fueron años llenos de violencia sin que esta fuera reconocida como tal o pudiera ser objeto de reparación.
Votamos por Petro no para que hiciera lo mínimo, sino para que transformara a Colombia en todas sus dimensiones, incluyendo la dimensión machista que él mismo encarna.
El haber reflexionado sobre nuestras propias ruinas nos permite entender que lo que hizo el presidente Gustavo Petro en la tarima con Gloria Miranda, directora de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito, se define como acoso laboral. Petro, en vez de reconocer su ignorancia en materia de género, prefiere señalar a las feministas como sus enemigas. Lo que no entiende es que, al demostrar constantemente su ignorancia en este tema, está minando su credibilidad en asuntos que supuestamente domina.
Petro es ignorante en temas de género porque cree que él solo “abrazó” a Gloria Miranda. No tiene idea de lo significa que un jefe abrace a su subalterna en público haciéndole comentarios sobre su físico y su vida privada. La relación de poder es tan abismal que, en ese momento, Miranda, visiblemente avergonzada, no sabía qué decir ni qué hacer. No fue un halago, fue un acoso. Y que ese trato haya sido normalizado en las más altas esferas del poder dice mucho de lo que Petro y su círculo más cercano piensan de las mujeres.
A Petro hay que reconocerle siempre su denuncia contra el genocidio en Gaza, pero seamos honestos, eso es lo mínimo que se puede esperar de un presidente que se dice progresista. Votamos por Petro no para que hiciera lo mínimo, sino para que transformara a Colombia en todas sus dimensiones, incluyendo la dimensión machista que él mismo encarna.