La gira ‘Rock en el ruedo’ que Miguel Ríos emprendió en 1985 debió haber comenzado en Sevilla, pero empezó en la cordobesa Plaza de los Califas con un estruendoso fracaso de público que no amainó en todo el verano. La mayoría de las empresas taurinas … prestaron –previo pago– su coso para el espectáculo, aunque los maestrantes consideraron que aquello era indigno del que se yergue en El Baratillo. Era la mentalidad de los tiempos, ni mejor ni peor que la de ahora. Cuatro decenios dan para muchos cambios, desde luego. Los años han suavizado la ranciedad de estos aristócratas que hoy, encantados, abren sus puertas a Joaquín Sabina. Los próximos señores bajitos que actúen en La Maestranza –que se alquila para todo tipo de eventos– no serán los émulos del Bombero Torero, a los que la dictadura del pensamiento único ha dejado sin empleo, sino los animadores del cumpleaños de algún imitador de Lamine Yamal.
Sabina es un hombre con suerte, más allá del talento poético que lo ha llevado a escribir un puñado de las mejores letras de canción en español del reciente entre siglos, a pesar de que su obsesión por la rima consonante lo hizo caer con frecuencia en el ripio. Ha actuado tres veces esta semana en La Maestranza en su gira de despedida, pero no es afortunado por haber tenido el honor del que no pudo disfrutar su coetáneo Miguel Ríos, sino porque ha podido sobrepasar los 75 tacos manteniendo su vigencia como artista por encima de algunas manchas que, en estos tiempos de corrección política, inhabilitarían a cualquiera. A cualquiera que no hubiese militado en la izquierda, claro, o que no hubiese gozado de la protección de cancerberos de la recta moral como Luis García Montero, supremo guardián del dogma zurdo, y otros torquemadas de la inquisición progresista.
No nos remitiremos, por archiconocida, a la historia de ‘Cuervo ingenuo’, tema contra la permanencia de España en la OTAN que Sabina y Javier Krahe iban a cantar en la RTVE de Felipe González. En el último minuto, el primero renunció a cambio de que su carrera despegase al calor de los contratos públicos y el segundo –que luego compuso una hilarante canción de amor a Sevilla titulada ‘Alta velocidad’ – cayó en el ostracismo por atreverse a criticar al poder. De aquel asunto, no salió ileso el vate ubetense por su buena suerte, sino porque abandonar al amigo en el campo de batalla es una vileza, sí, pero suele ser rentable.
La fortuna, en forma de amnesia colectiva, sí le ha sonreído con una condena judicial a causa de una agresión que, de haberla perpetrado alguien de otra cuerda política, habría sido prueba eterna de machismo y causa de cancelación: una chica de 22 años fue, en opinión de Sabina, demasiado insistente al pedirle un autógrafo y él le reventó un vaso de cristal en la cara. Fue condenado a diez días de arresto domiciliario por la «brutalidad» –pone en la sentencia– de su comportamiento. En un documental reciente, aún presume de haberse pasado ese tiempo de fiesta en casa recibiendo a sus amigos. Jajajá, qué risa. ¿Se imaginan que Bertín Osborne o José Manuel Soto hubiesen hecho algo parecido?