Tres días antes de las elecciones generales convocadas para el 14 de marzo de 2004, cuatro trenes de Cercanías fueron objeto de un brutal atentado terrorista que causó la muerte de 192 personas y dos millares de heridos de diferente gravedad. Días después de aquel … 11 M, los terroristas se inmolaron explosionando un piso en Leganés que, además, ocasionó la muerte de un miembro de las fuerzas de seguridad que los tenían cercados. La manipulación de aquel atentado por las organizaciones políticas afectó gravemente a la convivencia ciudadana.
Desde el acceso a la dirigencia socialista de un desconocido Rodríguez Zapatero, la lealtad institucional y los grandes pactos de Estado fueron desapareciendo del comportamiento de una izquierda entregada a mover la calle contra una derecha que, liderada por Aznar, había conseguido sanear una economía ruinosa, formar parte de las grandes potencias occidentales, merecer el respeto y la consideración de nuestros aliados, formar parte de los fundadores de la moneda única europea, rebajar la deuda pública a niveles jamás alcanzados y reducir los niveles de desempleo a cotas del 9 %, sin trampas ni cartón de fijos que cobran el paro.
Las movidas del 11 M contra el gobierno del PP, sin respetar siquiera la jornada de reflexión, dieron un cambio radical a las previsiones electorales que auguraban una clara mayoría absoluta de la derecha. Culpar a Aznar poco menos que de la guerra de Irak, era simplemente el juego sucio de una abyecta justificación de un atentado cuya fecha, tal como quedó demostrado, fue fijada por el yihadismo mucho antes, en diciembre de 2001 en Karachi y ratificado en Estambul en febrero de 2002. El desconocimiento de la opinión pública sobre la enorme actividad en España de células yihadistas, facilitó, en un primer momento, que se atribuyera a ETA el atentado, hasta el extremo de que el lendakari Ibarretxe pidió que se distinguiera entre la banda terrorista y el pueblo vasco.
Desde aquellos pactos del Tinell, donde ligó el futuro del PSOE con los partidos secesionistas catalanes y se comprometió a no pactar jamás con la derecha, Zapatero aprovechaba cualquier coyuntura para mover la calle, tal como aquella absurda movilización por los «pellets» gallegos. Su desplante a la bandera de EE.UU., cuando lideraba la oposición, y su posterior retirada de las tropas españolas destinadas en Irak para misiones humanitarias, pretendía radicalizar la vida política, para lo que no dudó en ir copando las administraciones de activistas políticos, tarea que Sánchez ha superado con éxito.
Hoy Zapatero es interlocutor de delincuentes y amigo de dictadores, estando en entredicho las contraprestaciones correspondientes a dicha actividad, y se ha convertido en el principial consejero de Sánchez. Ambos se aproximan cada vez más a los regímenes populistas y autocráticos de la America hispana y de la China comunista, degradando a su partido, el PSOE, a mero instrumento de sus ambiciones personales. Porque el PSOE ya no es un partido de ideología reconocible; es simplemente un instrumento orientado a alianzas con fuerzas rupturistas que alejan a nuestro país del eje atlantico (UE, EEUU. y OTAN) que es la garantía de nuestras libertades y nuestro estilo de vida.
Aquella obsesión de Zapatero para tensionar la vida política española, la está poniendo en práctica hoy, sin rémoras de ningún tipo, Pedro Sánchez, quien, sin rubor, carga a las Comunidades Autónomas las responsabilidades y reserva para el Gobierno más inoperante y numeroso de la historia los gozos de la gloria, táctica que ha utilizado en todo tipo de emergencias como en la pandemia, las borrascas, el volcán, las inundaciones, el apagón, el caos ferroviario, los incendios y los inmigrantes.
Aquel maldito atentado nos trajo el comienzo de la vulneración del orden constitucional de la nación, patria común e indivisible de todos los españoles. Hoy los mejores aliados de Sánchez son los herederos de ETA que blanqueó Zapatero y los golpistas que indultó y amnistió Sánchez, el cual le ha comido la fibra del populismo a sus aliados antisistema. Todos ellos le sirven para ostentar un poder que las urnas no le dieron, ya que ha obtenido los seis peores resultados electorales del PSOE, pero a él le basta con comprar su apoyo a grupos minoritarios a costa de la soberanía nacional, de degradar el poder Legislativo y de asediar al Judicial.
Camuflada su vocación totalitaria con un falso progresismo, Sánchez sigue la línea de confrontación social que inauguró Zapatero y que es consustancial a todos los regímenes dictatoriales para consolidarse en el poder. Por fortuna, no estamos en el siglo XVIII, donde, según recordaba el marqués de la Florida, los oprimidos sólo tenían derecho a quejarse. Aquí y ahora aún hay hombres libres e independientes con la fuerza suficiente de la razón y de los votos para frenar el régimen iliberal y autocrático que Sánchez quiere imponernos y revertir los estragos ocasionados en el principio de igualdad.
Desde la moderación, pero con firmeza, y hasta que las urnas dicten su veredicto, la única forma de contrarrestar la invasión de las instituciones y la anulación de los órganos de control, es confiar en la acción de la Justicia que, como dijo Horacio, «aunque ande cojeando siempre alcanza al criminal en su carrera». Y, por supuesto, expresar el rechazo sin ambages a todos los casos de corrupción, protagonizados por esta legión de depredadores del dinero público, que abochornan a las personas decentes.
LUIS MARÍN SICILIA