La nueva geoeconomía definida por las políticas comerciales ha implicado cambios en temas fundamentales: sociales, económicos, ambientales, culturales y de migraciones.
El mundo en su conjunto evoluciona, evidentemente, hacia una desglobalización acelerada. Por su parte, la teoría económica reconoce que en el marco de la globalización no existe en la actualidad un óptimo de Pareto donde el mercado genera equilibrios automáticos y, por el contrario, se dirige hacia un subóptimo, con el fortalecimiento de bloques económicos caracterizados por un creciente proteccionismo, el aumento de los subsidios, la multiplicación de las medidas paraarancelarias, así como del incremento de las políticas antimigratorias.
Lo anterior implica desafortunadamente una ampliación de la brecha de crecimiento y distribución del ingreso y, adicionalmente, el fortalecimiento de la protección a las inversiones externas y del abuso de posición dominante de mercado, por la consolidación de los derechos de los monopolios y de los oligopolios, en contraposición a la libre circulación del desarrollo científico y tecnológico, derivado de los resultados de las negociaciones, a partir de la Ronda Uruguay del Gatt, en lo relativo a la normativa de Propiedad Intelectual.
El riesgo para los países en desarrollo es sustantivo, si el resultado simplemente es el de mantener las políticas de apertura económica confiando en que todo lo solucione el mercado. Si no se definen o profundizan políticas de desarrollo sostenible que impliquen realmente crecimiento con distribución equitativa del ingreso y disminución de la inequidad, estaremos condenados al fracaso. Es verdad, somos campeones en la desigualdad y en el aumento de las brechas sociales.
Ante la profundización de la crisis climática global, nunca como antes son más claras nuestras ventajas comparativas. Somos ricos en recursos de biodiversidad, en materias primas, minerales raros y estratégicos y tierras agrícolas que podrían alimentar al mundo, entre otros.
¿Decidiremos volver al pasado? Parecería un absurdo histórico que nos alejaría de los preceptos básicos de un humanismo social.
Por su parte los países desarrollados son los propietarios casi exclusivos de ingentes recursos de capital, del desarrollo científico, el progreso técnico, la innovación, la educación, la capacidad humana y tecnológica.
Ese mundo cambiante nos da una inmensa oportunidad. El dilema es si decidirnos a convertir nuestras ventajas comparativas en ventajas competitivas, con justicia ambiental, social, económica y una cultura de paz.
O, por el contrario, renunciamos al fortalecimiento de los mercados internos, a reducir las desigualdades regionales y territoriales, a la integración económica latinoamericana, a insertarnos con el sur global, a negociar con la inversión extranjera, que nos necesita y los necesitamos, la transferencia de tecnología, el progreso técnico, a la educación y al respeto a los derechos humanos y ambientales.
“Esa es la pregunta”. La verdad no es de poca monta. Privilegiaremos el camino de una “internacionalización con rostro humano” o continuaremos en la ruta hacia la “globalización salvaje”.
¿Evolucionaremos hacia una política de desarrollo sostenible con una decidida intervención del Estado para solucionar las fallas de mercado o seguiremos creyendo en un “óptimo de Pareto” que solo contribuye a profundizar las divergencias económicas, sociales y ambientales?
No hay que engañarse, la economía política nos enseña cómo es allí donde se encuentra el verdadero debate en democracia que se avecina. ¿Decidiremos volver al pasado? Parecería un absurdo histórico que nos alejaría de los preceptos básicos de un humanismo social.
Somos ciudadanos del mundo, en nuestro pequeño país necesitamos de los países desarrollados, de la integración con Latinoamérica y con el resto del mundo (África, Asia y Oceanía).
La verdad, “habrá que mirar al sur sin perder el norte”.