Cuando el compositor italiano Giuseppe Verdi falleció a los 88 años en 1901, la mitad de los habitantes de Milán, unos 200.000, se alinearon en las calles. Al pasar la carroza que lo llevaba a su tumba, cantaban la melodía de los esclavos judíos de su ópera Nabucco: el inmortal “Va, pensiero” (“Vuela, pensamiento”), coro convertido en un himno que llama todos los tiempos de la humanidad, desde los bíblicos hasta hoy. Los lamentos por el adiós a “la patria bella y perdida” se han sentido y se siguen sintiendo en tantos lugares de la Tierra cada vez que las fuerzas extremas, con mandatarios delirantes de poder, actúan como Nabucodonosor de Babilonia, enloquecido al exclamar que no era solo rey, sino Dios, y así pretendía hacerse adorar.
A los amantes de la lírica nos emocionan dos himnos que la genialidad de Verdi y de Beethoven puso en boca del colectivo humano. Llaman a la dignidad, la igualdad, la libertad, la alegría y la esperanza. Difícil escoger cuál nos llega con mayor intensidad al alma: las palabras de Solera, el escritor del libreto bíblico verdiano, o el poema de Schiller que, en la oda de la Novena sinfonía, exaltó la hermandad universal.
El drama lírico de Verdi Nabucco, la tercera ópera compuesta por el autor a sus 29 años, tiene lugar en el siglo VI antes de Cristo y fue estrenada en La Scala, en Milán, en 1842. La reciente producción colombiana recibió plenos aplausos en el repleto Teatro Mayor de Bogotá. Nuestra audiencia está lista para temporadas de ópera de mayor envergadura que los dos o tres títulos que se ofrecen al año. Compás por compás, se escuchó una excelente interpretación del Coro Nacional de Colombia dirigido por la maestra Diana Carolina Cifuentes. El conjunto demostró progresos técnicos e interpretativos sorprendentes dado el poco tiempo que llevan en escena. Va para ellos una cálida felicitación.
El director Pedro Salazar combinó con éxito la narración clásica de la época bíblica con imágenes contemporáneas cargadas de un minimalismo geométrico.
Los artistas de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia dirigida por su titular, Yeruham Scharovsky, unidos con los de nuestra Banda Sinfónica Nacional, demostraron madurez sonora, calidad interpretativa y virtuosismo en el acompañamiento de los solistas. Bien por el intento del director de repetir el famoso coro, al invitar al público a cantarlo. Aún somos tímidos, no tenemos la tradición italiana y no estamos listos para ello.
Los solistas (se extrañó mucho a Valeriano Lanchas), todos extranjeros salvo Andrea Niño, Fenena, una talentosa joven colombiana a la que le espera una importante carrera internacional. No hay soprano dramática que tenga la capacidad de interpretar sin resbalarse vocalmente, el imposible personaje de Abigaíl, fémina de origen esclavo que asciende al trono victoriosa en guerra. Tampoco pudo la rusa Veronika Dzhioeva, aunque su intento como la malvada hija ilegítima de Nabucco no fue nada despreciable. Los demás solistas, con buenas voces, y el propio protagonista argentino, Fabián Veloz, lucieron musicalidad y comprensión profunda de la obra, sin duda apoyados por el conocimiento y la experiencia del preparador y pianista acompañante Mark Hastings. Un privilegio para los cantantes tenerlo entre nosotros.
El director escénico Pedro Salazar ha acostumbrado al público capitalino a la gran clase y estética de sus propuestas creativas. Combinó con éxito la narración clásica de la época bíblica reflejada en el excelente vestuario y relaciones de los protagonistas, y la escenografía de Julián Hoyos, con imágenes contemporáneas cargadas de un minimalismo geométrico con artísticos juegos de luces y sombras que expresan la atemporalidad de los delirios del poder. Cálidos aplausos van para todos los involucrados en la escena.