Hace unos días, en la sección de Vídeos de los lectores de La Vanguardia Isaura Marcos colgó unes imágenes de una oruga de saquito ( Psychidae ) que filmó en un jardín de Vilobí d’Onyar. Debe ser la época, porque unos días antes yo también filmé una en el jardín de Llançà. Es una oruga que, para pasar esta fase de la vida tan expuesta en la que es un gusanito a merced del primer pájaro que pasa, suelta un hilo de seda en el que se pegan palitos, pequeñas piedras y briznas de paja. De esta manera, construye una especie de armadura, suficientemente ligera para ir acarreándola mientras busca las hojas con las que se alimenta. Si coges el saquito, el instinto la lleva a esconderse, con un movimiento reflejo enérgico, com el de los caracoles, los cangrejos ermitaños y las tortugas. Las orugas de saquito son más confiadas y no tardan en asomar la cabeza y a estirar el cuello, con las seis patas.
Las orugas de saquito son confiadas y no tardan en asomar la cabeza
El día que la encontré me dediqué a observarla y a jugar un poco con ella. Los palitos que incorpora se colocan unos sobre otros y crean una estructura como de escoba de brezo. Es sorprendente porque, en todas las imágenes de este tipo de insectos en sus cajas, tienen la misma forma o muy parecida
Existen unas constantes, no sé si llamarlas mecánicas, que hacen que los saquitos parezcan las cerdas de un pincel. La de casa presentaba una innovación interesante. En verano soy un comedor compulsivo de copos de arroz y de trigo con chocolate. Soy más bien patoso, y cuando llego de correr por la montaña, engullo precipitadamente, torpón: me cayeron por el suelo algunas virutas de chocolate, porque cuando me acerqué para mirar bien el saquito, observé unos pegotes oscuros en la estructura de briznas y palos, como no he visto en ninguna foto.
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Menos mal que los estorninos que vuelan por la calle están atareados desplumando de frutos los almeces, detrás de la verja, y que no les gusta el chocolate, porque si no, la oruga de casa ya no sería de este mundo.
Suelta un hilo de seda en el que se pegan palitos, pequeñas piedras y briznas de paja
La coloqué un rato en la mesa del jardín, que tiene la superficie de vidrio. Las patitas le resbalaban y no le gustó nada. Se estiraba como un muelle sin hacer avanzar la rulotte. Después la deje en el alféizar de la ventana, de piedra calcárea de Llançà, y le gustó más. Estuvo dando vueltas arriba y abajo con su remolque hasta que encontró la posturita en la guía de la persiana que tengo siempre abierta. Limpié una pequeña telaraña del ángulo de la ventana para evitar accidentes. Allí cumplirá su metamorfosis y nacerá la polilla.
Todos somos un poco orugas de saquito. Con maderitas pegadas que son recuerdos, ideas, convicciones, prejuicios, que pensamos que nos van a defender del mundo. Y tenemos suerte si una manota nos coge con delicadeza y nos esconde para que no se nos coman los pájaros del desconcierto, la pereza y la desesperación.