Durante el proceso electoral de 2022, el sector político del petrismo que hoy gobierna a nuestro país negó de todas las maneras la cercanía ideológica entre el entonces candidato Petro y el proyecto chavista en Venezuela. A pesar de que por décadas había sido defensor de Chávez y de su propuesta, ese repentino cambio de referentes fue determinante para el triunfo electoral de Petro. Inexplicablemente, los colombianos creyeron más en sus seis meses de distanciamiento con el chavismo que en veinte años de afinidad.
Pero así como en la campaña de 2022 el supuesto distanciamiento ideológico de Petro con el chavismo fue definitivo para conquistar votos más moderados, lo primero que hizo al llegar al poder fue reafirmar una cercanía política que incluía la reivindicación de la imagen de Chávez y la ambigüedad a la hora de rechazar en Venezuela las mismas rupturas con la democracia que Petro denuncia en otras latitudes. Así, por ejemplo, mientras un bloque de izquierda de nuestra región liderado por Chile desconocía la reelección fraudulenta de Maduro, el Gobierno colombiano se alejó de todas las iniciativas que reclamaban claridad y se precipitó a reconocer al nuevo presidente.
Desde el comienzo de su mandato, Petro mostró una clave para entender su postura frente a la crisis en Venezuela al repetir con una desvergonzada falta de contundencia que era el resultado de una economía de extracción de combustibles fósiles. Desde la ligereza y de la manera más etérea posible, el presidente ha decidido tipificar la ruptura con la democracia que ha desatado el régimen de Maduro con las etiquetas más benevolentes y menos contundentes. Así, el líder que presumía de no ser ‘tibio’ ha llegado a definir el núcleo del problema que atraviesa Venezuela como el resultado de una actividad económica y no de algo tan claro como la instalación ante los ojos del mundo de un proyecto que no piensa irse del poder. Lejos de pedir con claridad algo tan urgente como el regreso de la democracia tras semejante fraude, para Petro el objetivo en ese país debe ser “una Venezuela descarbonizada”. Así mismo, recientemente ha llegado a afirmar que “el cartel de los Soles no existe”. La decisión del Presidente desde su discurso ha sido clara: defender desde la ambigüedad y las maromas argumentativas a Maduro.
Pero esta amistad personal e ideológica con el chavismo, que data de varias décadas y que muchos ministros y funcionarios de Petro han secundado, no se queda en el terreno de la solidaridad desde los discursos. De manera insólita, el presidente de Colombia ha convertido a Maduro –a título personal– en más que el gobernante de una nación tan estratégica para nuestro país. Con argumentos como su permanente alusión a la paz en la frontera y a la historia de la Gran Colombia, Petro ha entregado poco a poco a Maduro facultades de decisión sobre el conflicto en nuestro territorio y, más recientemente, lo graduó de socio estratégico con la creación de una zona bilateral que debe llenarnos de inquietudes. Mientras el mundo entero –o al menos el mundo democrático– adopta una distancia definitiva con ese régimen, de manera inexplicable Petro lo ha graduado como principal aliado de Colombia.
Nadie niega la importancia de preservar una buena relación con el vecino con el que compartimos una de las veinte fronteras terrestres más grandes del mundo. Lo que sí debemos cuestionar es la inconveniente amistad, a título personal e ideológico, que involucra asuntos tan críticos como la defensa y el comercio de nuestro país con el líder menos confiable de todo el hemisferio y uno de los principales enemigos de nuestro más importante aliado, Estados Unidos. Mientras el mundo entero protesta con razón y claridad contra el robo de las elecciones y la persecución a la oposición en ese país, y se distancia de cualquier acercamiento con ese régimen ilegítimo, nuestro gobierno ha tomado un camino totalmente contrario, de silencios cómplices y abierto apoyo político. Rara vez veremos en nuestra historia una alianza tan indigna con un régimen que no merece otra cosa que el repudio.
Nadie niega la importancia de preservar una buena relación con el vecino país. Lo que sí debemos cuestionar es la inconveniente amistad
Hay que recordar que Maduro es una de las personas más impopulares y desprestigiadas en Colombia, y a nivel internacional su régimen ha recibido el rechazo de todas las naciones con sistemas democráticos. Convertir en su principal socio a quien no titubeó en robarse las elecciones y reprimir a sus opositores ha sido una de las peores y más insólitas decisiones del presidente de Colombia, que buscaba presentarse como un representante mundial de las democracias. Es inevitable preguntarse a estas alturas por los motivos de fondo de la férrea defensa de Petro a Maduro.
Si en 2022 el entonces candidato Petro y su partido consiguieron aumentar su base de apoyo al desmarcarse del chavismo en Venezuela, para las elecciones de 2026 el petrismo ha puesto sus cartas sobre la mesa: desde su cercanía con Maduro a partir del primer día de gobierno hasta su silencio cómplice y la ambigüedad de sus palabras sobre la crisis de nuestro vecino, el Presidente ha dejado más que claro lo poco que le importa la ruptura con la democracia que llevó a millones de personas al exilio. Creer a estas alturas que Petro no es una figura de inmensas similitudes y con una visible simpatía por el régimen chavista es no querer ver una realidad innegable.
FERNANDO POSADA
En X: @fernandoposada_