Por el trazado urbano del Casco Histórico de Sevilla vuelve a latir una vieja belleza. Bajo la luz oblicua de la tarde, las piedras despiertan. Los grises uniformes se disuelven y el asfalto abandona su rostro impersonal, revelándose bajo su superficie un tapiz de vetas … impredecibles y tonos profundos: rosas, ocres, verdes, azules grisáceos, naranjas y rojos que emergen con la humildad de lo natural y la fuerza de lo auténtico. Es el adoquín de Gerena. Su regreso no es solo una restauración estética, es una afirmación cultural, un acto de memoria, una respuesta firme a décadas de olvido.
Durante años, las ciudades andaluzas —como tantas en Europa— adoptaron sin resistencia el culto a la uniformidad. En nombre de la modernidad, el asfalto cubrió lo que antes era suelo vivo. El casco antiguo de Sevilla, con sus calles cargadas de historia, fue progresivamente revestido con materiales funcionales que amputaban la relación entre el ciudadano y su entorno. Aquel empedrado que resonaba bajo los pasos, que reflejaba la lluvia en matices, fue silenciado por una lámina negra, idéntica a la de cualquier ciudad del mundo.
Pero hay ciudades que tienen memoria, y alcaldes que saben escucharla. Desde el año 2023, el alcalde de Sevilla, José Luis Sanz, ha impulsado un proceso de recuperación del adoquín de Gerena como elemento distintivo del espacio público sevillano. Esta iniciativa va más allá de una moda pasajera o un simple embellecimiento; se trata de restaurar el lenguaje material propio de la ciudad y reafirmar su identidad histórica. En calles como Zaragoza o Teodosio —y en otras hoy en obras, como Méndez Núñez, Santa Ángela de la Cruz, Dueñas o Villegas— ya pueden contemplarse los efectos de esta decisión. El suelo, antes monótono y duro, se convierte en un mosaico natural. Cada piedra es distinta, como las palabras en un poema, pero todas pertenecen al mismo ritmo, a la misma estrofa.
El granito de Gerena no es una mera superficie, es un tratado de geología. Granodioritas, dioritas, pórfidos, basaltos, gabros, pegmatitas, tonalitas, sienitas, peridotitas… componen este singular adoquín que parece esculpido por el tiempo. El granito extraído de las antiguas canteras de Gerena no destaca solo por su dureza sino por su riqueza cromática y textural. No hay dos piezas iguales, pero todas comparten una armonía de origen volcánico que parece pintada por un postimpresionista como Seurat o Signac.
Mientras otros granitos son neutros y previsibles, el de Gerena vibra, responde a la luz, se transforma con las horas: es materia viva sedimentada en el tiempo. Utilizar este adoquín es mucho más que embellecer. Es un gesto que vincula a la ciudad con su geografía, que refuerza su carácter y su identidad.
Así como Roma se reconoce en sus sampietrini procedentes de los montes Albanos o Ferrara en sus cantos de pórfido anaranjado, Sevilla encuentra en el granito de Gerena su firma mineral. Sustituir estos adoquines por granito gris —tan frecuente en décadas pasadas— fue más que una decisión técnica: fue una pérdida simbólica. El granito gris Quintana, sin matices, o peor aún, la «aristocrática» pizarra, transformó plazas y callejones en espacios duros e impersonales. El racionalismo posmoderno trazó sus líneas con pulcritud, pero desoyó la poética del lugar. Y una ciudad que olvida esa dimensión es una ciudad que pierde la memoria de sí misma.
Hoy, la arquitectura contemporánea —y con ella el urbanismo— empieza a girar hacia la autenticidad, la sostenibilidad y el sentido del lugar. En este contexto, recuperar materiales locales como el adoquín de Gerena no es solo una elección estética, es una responsabilidad cultural. Implica reducir la huella ambiental, fomentar la economía circular y, sobre todo, reconectar al ciudadano con su historia. Cada piedra reinstalada es también un acto de restitución. Una victoria del tiempo sobre la prisa, del detalle sobre la uniformidad, del arraigo sobre la indiferencia.
Caminar hoy por ciertas calles del centro histórico de Sevilla se parece, cada vez más, a leer un palimpsesto. Bajo capas de olvido, las huellas vuelven a emerger. Y lo hacen no desde la nostalgia, sino desde una firme voluntad de proyectar un futuro más consciente. La belleza —esa palabra tantas veces relegada en los debates técnicos y políticos— vuelve a ocupar su lugar. Pero esta vez, es una belleza con raíces, con territorio y biografía. El adoquín de Gerena no es únicamente una piedra, es testigo y transmisor de memoria. Es parte viva de la historia de Sevilla y su presencia al caminar sobre ellos devuelve a la ciudad el vínculo con su pasado y con quienes nos precedieron.
RICARDO SUÁREZ