Ayer Lola García se preguntaba: “¿Podría volver la mili?” y recordaba que “la sociedad española aborrecía la mili”. El mismo día la ministra Margarita Robles descartó que España reinstaure el servicio militar obligatorio como en Alemania (aunque tengo entendido que la propuesta alemana habla de “servicio militar voluntario”, que no es exactamente lo mismo). Recordemos que el concepto obligatorio es el que ha marcado la vida de millones de jóvenes que, como decía García, odiaban la mili en general. Puede que una parte de la nueva juventud consumidora de TikTok y con escasas perspectivas de prosperidad haya cambiado de criterio y encontraría en el servicio militar una manera diferente, más patriótica, de perder el tiempo.
La recuperación de la mili es un globo sonda y una amenaza que, con una intermitencia perversa, aparece y desaparece de la oferta de la actualidad. Hace tanto tiempo que pasa que incluso existe una plantilla oficiosa de columna para comentarla. Una plantilla que podría servir para elaborar uno de esos tutoriales que tanto consumen los que presumen de no leer periódicos. Lo primero que debe hacer un columnista para comentar el retorno de la mili es referirse a la ancestral pesadilla de todos los que la hicieron: despertarse angustiado tras soñar que te vuelven a alistar y no puedes demostrar que ya has hecho la mili porque has perdido la cartilla militar (conocida como “la blanca”).
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El segundo paso del tutorial sería subrayar –García lo hacía en su artículo– la inutilidad de la mili como se entendía en la España franquista y de la primera transición y los valores nefastos que allí se inculcaban. Yo, por ejemplo, aprendí a escaquearme, que es el único concepto militar que me ha servido en la vida. De hecho, gracias a la mili me considero un maestro del escaqueo. Pero tanto las columnas de opinión como los tutoriales siempre deben acabar con la misma conclusión: si volviera el servicio militar obligatorio, tendríamos que encontrar el modo de evitar que, como una plaga infernal, se perpetúe la figura del pelmazo que necesita contar compulsivamente anécdotas de la mili, quién sabe si porque es, con diferencia, lo mejor que le ha pasado en la vida.