Porque a veces miramos a la lejanía y despreciamos lo cercano, porque una calle parisina nos parece más estilosa que una calle de Huelva y porque el allure tiene más encanto francés que choquero, pensamos que la gran manifestación universitaria del siglo XX fue el … famoso mayo del 68 francés. Pero hay otras maneras de verlo.
Creo que, en este ámbito andaluz en que escribo, deberíamos tener en cuenta otra fecha, dos décadas posterior: el 3 de marzo de 1988, más de treinta mil personas salieron en Huelva capital a manifestarse para reivindicar que se crease la Universidad de Huelva. Hasta ese momento, funcionaban en La Rábida centros universitarios adscritos a la Universidad de Sevilla. El logro de esa manifestación, gracias a su masiva capacidad de convocatoria, fue conseguir la independencia de los estudios universitarios en Huelva respecto a los de Sevilla y la creación de nuevas facultades.
Pedir una universidad y lograrla no es solo conseguir aulas de educación superior para los jóvenes que superan el bachillerato. Una universidad es una riqueza de la que se beneficia también quien no estudia en ella. Y eso parecieron entenderlo en nuestra provincia vecina: en Huelva no se manifestaron solo los estudiantes y sus padres, se movilizaron personas que por edad o recorrido no iban a estudiar nunca en la universidad, pero sabían que esta mejoraba su entorno.
Una universidad pública se mide bien mirándola desde fuera y con un poco de perspectiva, como quien quiere dar cuenta cabal de un cuadro y, sin darle la espalda, retrocede y toma distancia. Siendo lo más importante en cualquier ámbito educativo ese encuentro de docente, pizarra y alumnado que es una clase, el mayor impacto de ese hecho cotidiano se observa en su radio expansivo de acción: infraestructuras (laboratorios, bibliotecas), alianzas locales e internacionales, proyectos de investigación, estudiantes de otras latitudes, presencia en comités ejecutivos nacionales…
Miro ahora a Sevilla. Cuando los de Huelva se manifestaron, pedían algo por lo que los sevillanos no hemos tenido que manifestarnos jamás, porque cuando nacimos ya existía la Universidad de Sevilla. Desde 1505 a la actualidad, la Universidad de Sevilla ha funcionado como horizonte de formación y de crecimiento. Y eso es una suerte que no sé si valoramos bien, porque a menudo el obstáculo que se encuentran las cosas que disfrutamos sin esfuerzo es que pensamos que nos hemos ganado tenerlas. Y no es así. Una herencia recibida es una suerte, pero también una ventaja, que merece, al menos, que seamos conscientes de ello.
Además, por el azar del traslado de la Fábrica de Tabacos al otro lado del río a mediados de los años 50, tenemos otro privilegio adicional: una importante sede de esa universidad está en el centro de Sevilla. Y eso, que puede parecer agradable pero menor, representa para mí un hecho de una enorme trascendencia social: estamos ante una universidad que se ve y que se hace por ello más presente. Campus de otras universidades que, por ser más recientes o por las circunstancias históricas de su expansión, han quedado situados fuera de las ciudades (el propio campus de la Universidad de Huelva, el de la Complutense o el de la otra universidad pública de Sevilla, la querida y hermana Universidad Pablo de Olavide) no resultan tan visibles para el ciudadano en su día a día.
Y digo esto porque ayer pasaron muchas cosas en Sevilla, pero una de ellas fue el acto de apertura de curso de la Universidad de Sevilla, con una lección inaugural pronunciada por la compañera y doctora en Derecho doña Concha Horgué. Ese acto -canto del Gaudeamus, desfile de los togados- es un precioso hecho rutinario cada mes de septiembre en nuestra ciudad, pero que algo sea normal no debería evitar que sea celebrado como relevante.
En las próximas semanas, en este periódico y en otros medios se hablará de las votaciones para la elección de un nuevo rector en la Universidad de Sevilla. A las urnas, a final de octubre, acudirán a votar los estudiantes, acudiremos los profesores y el resto de trabajadores de la universidad. Pido a los lectores que, aun no participando en este proceso, no lo sientan como algo ajeno o extraño para el resto de la ciudad. Pido a los sevillanos que no nos creamos que las instituciones que impulsan un territorio vienen del cielo (como los niños venían de París) y que recordemos que en otros lugares han necesitado de pancartas y proclamas para su creación. Y a quienes se presentan a rector les pido que, efectivamente, retrocedan unos pasos, vean la Universidad con la perspectiva necesaria y la coloquen en el centro de la sociedad sevillana.
Lola Pons