Aquello de “una imagen vale más que mil palabras” se nos ha quedado pequeño. Miren si no la polémica por el vídeo del Cecopi de la dana de octubre en Valencia filtrado la pasada semana. Habíamos visto hasta ahora esa mesa repleta de personas, algunas con el famoso chaleco rojo de Emergencias, descolgando teléfonos, arriba y abajo… Pero no los habíamos escuchado. Hasta que se filtró el audio de lo que era un mudo –la emisión solo de imagen, práctica habitual en la previa de reuniones o encuentros que registran los operadores de cámara para ilustrar una pieza informativa-, y entonces escuchamos a la ex consellera de Interior Salomé Pradas, ahora investigada, dando indicaciones sobre el ES Alert o rehusando llamar al presidente de la Conferencia Hidrográfica del Júcar, Miguel Polo. Escuchando cuanto se decían unos a otros se reconstruye en parte lo que a todas luces parecía ser un caos, una situación que provoca de todo menos tranquilidad en quien observa.
Porque aquí es adonde quería llegar. A cuán intranquilos nos quedamos cuando abrimos el tarro y descubrimos cómo es en realidad, la poca mermelada que tenía dentro. Las partes no identifican al todo, obviamente, y habrá casos de coordinación y sosiego en situaciones similares, pero cuanto vemos estos días, calmarnos, no nos calma mucho. Imaginen a las víctimas.
Imagen del Cecopi aportada por la representación de Salomé Pradas
Ha pasado también estos días con el vídeo de la detención irregular a una mujer en Oliva. Ese golpe seco que el agente de la guardia civil, por suerte ya investigado y ‘quietecito’ en su casa sin poder trabajar, propina a la mujer desbarata al espectador. ¿Pero estas personas no son garantes de la seguridad, de la legalidad, de nuestros derechos? Cuando te detienen, ¿no te leen la cartilla, ya saben a qué me refiero, porque se la saben? Suerte que algún avispado vecino se asomó al balcón esa calurosa noche de verano alertado el barullo y, con curiosidad, grabó lo que pasaba. Como aquellas imágenes tenían un interés informativo, aunque no implicaban a ningún personaje público, se pudieron reproducir y hoy el agente está apartado de sus funciones y la mujer habrá vuelto a recuperar la esperanza en el sistema, o tal vez no si aún le duelen las heridas de la cabeza. Porque de eso va, en parte, todo cuanto nos pasa.
Hay desafección porque no hay confianza y, sin ella, ¿qué nos queda?”
Que se pierde la fe en las instituciones, en los agentes de nuestra seguridad, en el Estado. Que cuando hablamos de desafección, muy palpable en las calles embarradas de Valencia aquellos días tras la dana, solo queremos decir que no hay confianza y, sin ella, ¿qué nos queda? No todo cuanto vemos, cada día, es tal cual lo apreciamos, pero esos bombardeos indiscriminados son el horror. Lo sabemos usted y yo, aunque no saquemos palestinas en Madrid. Y si lo sabemos, algo tendremos que hacer, ¿no?