Terrible que los asesinatos de los miembros de la Fuerza Pública se hayan vuelto una estadística más. Cada día suma, cada día de este 2025, que ha sido el peor desde que estamos en la ‘paz total’.
Y para más tristeza: la tal JEP condena a trabajos de crochet y a enseñar a secuestrar en las escuelas, en lo que son expertos, y a estos bandidos los ponen con los militares en el mismo pie de igualdad. ¡Qué injusticia!
Pero no son solo los muertos; están las viudas, los huérfanos y los heridos que también se cuentan por miles. Este año, casi 150 miembros, tanto de las gloriosas Fuerzas Militares como de la Policía Nacional, han engrosado esa terrible estadística. Ya casi son 70.000, según estadísticas oficiales.
Y, más recientemente, un hecho abominable por el que no se han oído condenas en el alto Gobierno civil: quemaron vivos a tres miembros del Ejército. Uno de ellos, un joven oficial, tiene quemaduras en el 75 por ciento de su cuerpo. Y no pasa nada.
Pero también las más de 30 asonadas contra los uniformados y los seis secuestros, que suman más de 200 víctimas entre militares y policías. Y no pasa nada. La Fiscalía aquí no existe; parece que no le importa.
He enviado cinco derechos de petición solicitando la publicación de las noticias criminales de estos secuestros, y la Fiscalía no responde; no aplica ese derecho que está consagrado en nuestra Constitución.
Hoy se cumplen 21 años del asesinato de mi hijo, el teniente Diego Alejandro Barrero Guinand, y no hay resultados de la investigación, como tampoco los hay por los casi 70.000 miembros de la Fuerza Pública asesinados hasta hoy.
El asesino de mi hijo es Jhoverman Sánchez Arroyave, alias Manteco, cabecilla de la cuadrilla 58 de las Farc, a quien seguramente condenarán a servicios comunitarios, como lo decretó la JEP para toda la cúpula de esa organización terrorista, asesina y narcotraficante, en contraste con las decisiones contra los militares. Por esto, las víctimas estamos ofendidas.
Millones de colombianos los respetamos, los respaldamos y los admiramos. Sí, estamos con ustedes, nuestras Fuerzas Militares.
Millones de colombianos los respetamos, los respaldamos y los admiramos. Sí, estamos con ustedes, nuestras Fuerzas Militares.
Pero en medio de todo el dolor que padecen nuestros héroes, ahí siguen, sin desmayo, defendiendo la vida, honra, bienes y creencias de los colombianos.
Cada mañana, mientras Colombia duerme, ellos ya están en pie. Se ponen el uniforme sin saber si volverán. Dejan a sus hijos, a sus esposas, a sus padres y salen a servir, a proteger, a resistir. Están en las calles, en la selva, en el monte.
Enfrentan mafias, narcoterroristas, ladrones, asesinos, violadores de niños… Y lo hacen sin un asomo de cobardía. Patrullan con botas desgastadas, chalecos vencidos y helicópteros sin combustible ni mantenimiento. ¿Cuántos de ellos habrán perecido por las caídas de varias aeronaves por falta, justamente, de ese mantenimiento?
Y, aun así, siguen. Lo hacen por convicción, por amor a la patria, porque se entrenaron para esto, porque creen en algo más grande que ellos mismos: están dispuestos 24 horas a ofrendar su vida, como lo dicen todas las mañanas en la oración Patria: “Llegado el caso, ¡morir por defenderte!”.
Millones de colombianos los respetamos, los respaldamos y los admiramos. Sí, estamos con ustedes. Con la camiseta puesta. Hoy, todos nos ponemos la camiseta también por ustedes.
Así como todos nos reunimos con orgullo para apoyar a nuestra Selección Colombia, con ese mismo orgullo, con el corazón en la mano, con la patria en el alma, nos reunimos a su lado porque ustedes no han perdido el rumbo del país.
Y mientras ustedes sigan de pie, hay esperanza. Esta es la voz de 50 millones de colombianos, y es por eso que la opinión pública le da un alto grado de credibilidad.
Sepan, héroes del alma y del corazón de los colombianos, que ustedes no están solos. Colombia entera, como una sola bandera, está con ustedes.
(*) coronel POR y docente de la UNAD