“Hay un atentado terrorista. Te quiero, dile a mis padres que los quiero”. Estas fueron las últimas palabras que Yaakov Pinto le dijo por teléfono a Osnat, su mujer, a la que apenas dos meses atrás había desposado, antes de morir asesinado a tiros en un atentado perpetrado por dos palestinos en Jerusalén. Tras su entierro ayer en Lod, y durante los próximos siete días, su familia recibirá el pésame en su casa, como manda el ritual del duelo judío, la shivá.
La cámara enfoca un moisés improvisado. Dos bancos frente a frente: el cuerpo, cubierto con el chal judío -el talit-, en el centro. Un círculo de velas cerca el cadáver del veintiañero, velado bajo el rito ultraortodoxo. Nunca su llamada de despedida paliaría el dolor de familiares, amigos y conocidos, que entre funestos sollozos y abrazos desesperados por consuelo, se llevaban las manos a la cara para soportar el duelo de alguna forma.
La drámatica imagen del velorio contrasta con las fotografías de su boda. Dos meses antes de morir, descorchaba junto a su esposa una nueva etapa, trufada de promesas y de futuro. Ese es el recuerdo con el que su tía, Carrie Gold Nachmani, le rindió homenaje en su cuenta de Instagram. Una sucesión de imágenes en las que Osnat, velada y blanco, y Yaakov, con traje y fedora negros, se intercambiaban miradas y entrelazaban los dedos. “No hay palabras suficientes para el mal que existe”, apostilló en su publicación.
Pinto pudo hablar con su esposa inmediatamente después de recibir los disparos en el autobús. “Ha habido un ataque. Te amo. Di a mis padres que les quiero mucho”, logró decir por teléfono a su esposa, con la que se casó en junio, en la mañana del atentado reivindicado este martes por Hamas de forma oficial.
Sus familiares no pudieron acudir a la boda. Al conocer la noticia se dirigieron al aeropuerto para trasladarse lo antes posible a Jerusalén. Entre la marea de fedoras y kipas color carbón que ayer inundó las inmediaciones del cementerio de Lod, donde Yaakov ejerció sus primeros estudios para ser rabino, el padre y la hermana del joven fueron los primeros en acercarse al difunto tras llegar desde Melillla, de donde la víctima era originaria.
Él, un hombre grandón de mirada vagante, de pelo cano y tonsurado, se aferraba a su hija, que no debe superar la veintena, para no desfallecer. La niña, más entera que el padre, no se despegaba del cuerpo de su hermano. El pelotón de varones trajeados que contemplaban la escena rompían a llorar por turnos.
“Mi precioso sobrino Jacob estaba en el autobús de camino su trabajo como docente en Jerusalén cuando los terroristas irrumpieron y dispararon contra él. Inmediatamente llamó a mi sobrina para decirle lo mucho que la quería, a su familia y la nueva vida para la que había esperado. Insoportable, inconsolable, inimaginable. Su vida terminó antes de empezar”, lamentó Gold Nachmani.
Encogido sobre dos sillas de plástico blancas colocadas junto al cuerpo de Yaakov, su padre se encogía sobre sí mismo. Una vez las mujeres habían abanado la sala en la que yacía el cuerpo, los varones, vestidos con la vestimenta en blanco y negro de las comunidades ultraortodoxas del judaísmo, recitaban oraciones y salmos en honor al fallecido, balanceaban sus cabezas como bobbleheads, en rezos sucesivos.
“Desde su llegada, se volcó de lleno en la labor sagrada del estudio”, dijo de él el director del yeshivá donde estudiaba, un centro de estudios ortodoxo. “Todos te esperan cada día, por tu sonrisa, por tu luz, por tu sol. Le pregunté si no extrañaba el abrazo de una madre, y me dijo: ‘Mi madre me acaricia desde lejos todo el tiempo'”, expresó el rabino Avraham YitzhakGreenbaum.
Durante hora y media decenas de personas lloraron el cuerpo de Yaakov antes de proceder a su entierro, oficiado tan pronto como pudo llegar su familia a Israel. Según explicó a EFE María Rollo, de la Federación de Comunidades Judías de España, en el judaísmo el entierro de los muertos debe celebrarse cuanto antes mejor y al día siguiente como máximo.
El fin del sepelio ayer por la tarde dio lugar al inicio de la shivá, el periodo que manda el ritual judío para pasar el duelo por el difunto. Durante siete días, la familia de Yaakov recibirá el pésame en casa, además de que tendrán que tapar los espejos, sentarse en el suelo y no afeitarse ni cortarse el pelo si son varones.
Pese a la discreción que exige el rito fúnebre judío, hablar de la bondad de Yaakov parecía suturar la herida: “Era una persona especial que siempre quiso ayudar a los demás y hacer el bien. Lo extrañaremos mucho”, señaló a EFE el rabino Yeshosua Pfeffer. En conversación con este diario, fuentes de su entorno en Melilla explicaron este lunes que “era, de verdad, un niño ejemplar, muy bueno, gran amigo de sus amigos, una persona de enorme bondad”.