Era un edificio emblemático, aparecía en libros de arquitectura y se le mencionaba en congresos internacionales por su originalidad y personalísimo diseño. Pero aún así, acabó sucumbiendo a las excavadoras por una concatenación de decisiones y una desprotección oficial que aún hoy cuesta explicarse. Se … llamaba La Pagoda, era obra de Miguel Fisac, y de ella sólo queda su recuerdo en fotografías, pasada la polvareda que desató su derribo.
El edificio, situado a la salida de Madrid por la A-2, era la sede de los Laboratorios Jorba. Inexplicablemente, no contaba con ninguna protección. Fue construido en torno a 1967, tenía seis plantas cuadradas de hormigón y cada una de ellas estaba girada 45 grados respecto a la inferior, creando una figura singular y de gran belleza. Era una silueta inconfundible en el skyline madrileño. Y pronto adquirió fama internacional: fue seleccionado, de hecho, por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el Moma, para su exposición de 1979 sobre la arquitectura de los años 1960-1980.
El propietario de los Laboratorios Jorba, cuyo negocio había cesado su actividad años antes, vendió La Pagoda a comienzos de 1999 al grupo inmobiliario Lar y Whitehall. Un plan de ampliación en el inmueble llevó a solicitar su derribo para realizar otro edificio con mayor edificabilidad en la misma zona. Y nadie en el Ayuntamiento lo impidió, habida cuenta de que la Pagoda no estaba incluida en el catálogo de edificios protegidos.
Hubo un enorme movimiento social y profesional en defensa de tan singular construcción: a las declaraciones que hizo Miguel Fisac, su autor, en su defensa, se unieron muchos expertos en arquitectura. Y hubo incluso grupos de vecinos, profesionales y otros que se plantaron ante las máquinas para evitar que el derribo tuviera lugar. Pero la presión especulativa fue más fuerte.
Fueron muchas las razones que se esgrimieron para justificar que lo tiraran: que no cumplía la normativa antiincendios fue sólo una de ellas, cuando parece técnicamente posible que se hubieran introducido modificaciones para lograrlo.
Un derribo muy sentido
El edificio de Fisac en la calle Josefa Valcárcel fue derribado entre finales de julio y comienzos de agosto de 1999. En las imágenes, varios momentos de la demolición
Las voces que se alzaron en su defensa fueron muchas y muy variadas, empezando por el decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, Fernando Chueca Goitia. El derribo se llevó a cabo con ‘agostidad’, entre finales de julio y comienzos de agosto de 1999; cuando los madrileños volvieron de las vacaciones, habían perdido para siempre uno de sus edificios más representativos.
Intento de reconstrucción
Fisac no dejó de decir a todo el que quiso escucharle que «estaban decididos a acabar conmigo y con mi obra», y señalaba que «poderes fácticos» habían dado lugar a «fuertes presiones» para que su edificio cayera.
El alcalde madrileño, José María Álvarez del Manzano, ofreció a Fisac, cuando la demolición ya estaba en marcha, comprarle el proyecto para hacer una reproducción, tal vez en uno de los nuevos barrios que dibujaba el recién estrenado Plan General de Ordenación Urbana. Así lo recogió ABC el 24 de julio de 1999, como también la negativa del arquitecto a aceptar esta entente. Volvió a ofrecerse a la reconstrucción el 3 de agosto, con igual resultado. El 4 de agosto ya no quedaba nada de la Pagoda, más que el recuerdo y las fotografías. En su lugar se levantó después otro edificio de siete plantas, más grande y anodino.
En septiembre, hubo otro edificio diseñado por Miguel Fisac en riesgo, el Mupag. «A este paso, espero que al menos me dejen la tumba», ironizó el arquitecto. Algo se había aprendido, o no se quería remover la herida, porque rápidamente el alcalde Álvarez del Manzano pidió que se protegiera.