La Palma es una isla que engancha desde el primer momento. Tiene algo distinto a las demás: en pocos kilómetros pasas de un bosque húmedo y verde a un campo de lava negro, de una playa de arena oscura a un mirador a más de 2.400 metros de altitud. Esa mezcla de contrastes es lo que hace que siempre deje ganas de volver.
Se entiende bien por qué la llaman la isla bonita. Los vientos alisios traen un mar de nubes que se queda atrapado en las montañas y que, poco a poco, rebosa por encima de las cumbres. Ver cómo avanza es uno de esos espectáculos naturales que le dejan a uno hipnotizado. Y si soy sincero, me gusta disfrutar de ese ambiente fresco y nublado de la costa este, que se aleja tanto del soleado oeste de la isla.