No es ningún secreto que el verano del F-35 de Lockheed Martin no fue el mejor de todos. Tras el avión varado un mes en India, la marcha atrás de España a un pedido (a la que se han sumado otros países), una segunda avería de un caza, esta vez en Japón, y un informe que ponía en tela de juicio al avión y su sofisticado software por culpa del hielo, se podría decir que ha pasado la tormenta.
De hecho, Estados Unidos tiene un mensaje: el F-35 será más poderoso que nunca.
La apuesta tecnológica. Sí, Lockheed Martin ha emprendido un salto decisivo en la evolución del F-35 Lightning II al incorporarle capacidades avanzadas de control de enjambres de drones mediante inteligencia artificial. Con una inversión de unos 100 millones de dólares en programas como el Proyecto Carrera, la compañía busca transformar al caza no solo en un avión de combate polivalente y furtivo, sino en un auténtico centro de mando aéreo capaz de dirigir vehículos no tripulados en misiones de reconocimiento, guerra electrónica o ataques coordinados.
El objetivo: mantener la supremacía aérea estadounidense frente a amenazas cada vez más complejas, apostando por la sinergia entre aeronaves tripuladas y sistemas autónomos en un ecosistema de combate en red.
Sinergia hombre–máquina y control remoto. La integración de IA permite que el F-35 se comunique en tiempo real con drones, procesando una gran cantidad de volúmenes de datos y tomando decisiones instantáneas que amplían su alcance operativo mucho más allá de sus propios sensores. En pruebas recientes se comprobó que un F-35 podía controlar directamente un dron, lo que abre la puerta a operaciones en las que el avión pueda “ver” y atacar objetivos a través de plataformas intermediarias sin poner al piloto en riesgo directo.
Más aún, Lockheed propone que el propio F-35 disponga de un modo opcional no tripulado, lo que reduciría costes en comparación con el desarrollo de un caza de sexta generación desde cero y permitiría aprovechar las células ya producidas con mayor grado de autonomía.
La era autónoma. El F-35 nació del programa Joint Strike Fighter que en 2001 otorgó la victoria a Lockheed frente a Boeing. Desde entonces ha evolucionado en tres variantes (F-35A de despegue convencional, F-35B de despegue corto y aterrizaje vertical, y F-35C embarcado) y se ha convertido en pieza clave de varias ramas de las fuerzas armadas estadounidenses y aliadas.
Este 2025 se espera la entrega de hasta 190 unidades, lo que refleja la magnitud del programa y la confianza de la empresa en su vigencia a largo plazo. Sin embargo, la complejidad del sistema plantea riesgos, como evidenció el incidente en Alaska en el que un piloto tuvo que eyectarse tras casi una hora de intentos de solución con ingenieros de Lockheed, y que subraya la necesidad de pruebas exhaustivas antes de desplegar capacidades autónomas a gran escala.
La visión de dominancia aérea integrada. El peso de estos desarrollos recae en gran medida en la división Skunk Works de Lockheed, que plantea un concepto de “dominancia aérea integrada” en el que el F-35 se beneficiará de tecnologías de sexta generación, incluyendo autonomía avanzada, interoperabilidad con enjambres y mejoras de furtividad.
Empresas asociadas como Northrop Grumman y BAE Systems fortalecen las capacidades en guerra electrónica y vigilancia, ampliando la red de funciones conectadas. Analistas del sector interpretan esta estrategia como un movimiento calculado frente a rivales como Boeing, especialmente tras la pérdida de un contrato de cazas de nueva generación, y como un modo de presentar el F-35 como puente hacia flotas completamente autónomas.
El dron Vectis
El nacimiento de Vectis. Es el dispositivo que explica la actualización del F-35. Skunk Works ha presentado estos días el dron Vectis, un sistema de combate aéreo no tripulado de gran tamaño (Grupo 5) concebido bajo la filosofía Agile Drone Framework. El marco prioriza el modularidad, la interoperabilidad y la rápida adaptabilidad frente a amenazas cambiantes, de modo que el Vectis no se define por un hardware cerrado, sino por su capacidad para integrar cargas útiles, arquitecturas de control y misiones diversas según las necesidades de cada operador.
El nombre, de origen latino, alude a la “palanca” que el sistema representa para multiplicar el poder aéreo. Se espera que su primer prototipo vuele en un plazo de dos años, tras haber superado Skunk Works su propuesta inicial “demasiado sofisticada” que quedó fuera de la primera fase del programa Collaborative Combat Aircraft (CCA) de la Fuerza Aérea de Estados Unidos.
Diseño furtivo. Las imágenes reveladas muestran un dron sin cola, entradas de aire montadas en la parte superior, línea de morro inclinada y un conducto en S que reduce la firma radar e infrarroja. Sus dimensiones exactas no se han publicado, aunque se sabe que es menor que un F-16 pero mayor que los drones misiliformes CMMT de la propia Lockheed.
El Vectis está pensado para operar desde pistas convencionales, aunque con vistas a un futuro en el que pueda adaptarse a entornos austeros o bases dispersas bajo conceptos como Agile Combat Employment (ACE). Su arquitectura permite instalar radares compactos, sensores infrarrojos, sistemas de guerra electrónica o paquetes de retransmisión, además de portar misiles aire-aire y aire-superficie desde bodegas internas. Además, no busca alcanzar velocidades supersónicas, sino priorizar la furtividad, la resistencia y la flexibilidad multimisional.
Acompañando al caza. Como decíamos antes, el Vectis se integra plenamente con plataformas de quinta y sexta generación, como los F-22 y F-35, que podrán ejercer de nodos de control para dirigir enjambres de drones. De hecho, simulaciones ya realizadas muestran la capacidad de emplearlo en misiones de defensa aérea, supresión de defensas antiaéreas, inteligencia, vigilancia y reconocimiento.
Su arquitectura de misión abierta, alineada con los estándares de referencia de Washington, permite compatibilidad con sistemas multinacionales y abre la puerta a su uso por aliados de Estados Unidos. Lockheed subraya la importancia de interfaces de control intuitivas, como pantallas táctiles, para que los pilotos puedan ordenar maniobras o lanzamientos de armamento sin sobrecargar su carga de trabajo. El sistema está diseñado para volar diariamente en entrenamientos, pero también para ser almacenado y desplegado bajo demanda, lo que aporta flexibilidad logística y estratégica.
Desafíos y el futuro. El desarrollo de un F-35 capaz de dirigir enjambres de drones avanzados como el Vectis plantea interrogantes estratégicos y éticos sobre el nivel de autonomía aceptable en operaciones bélicas. Mientras tanto, la lógica del Pentágono de avanzar hacia la guerra en red respalda la necesidad de híbridos hombre–máquina que reduzcan riesgos humanos y multipliquen la eficacia en escenarios disputados.
La presión presupuestaria y la urgencia por mantener la superioridad aérea impulsan a Lockheed a reinventar un programa que podría extenderse hasta la década de 2040. Con los experimentos en curso bajo el paraguas del Proyecto Carrera, la compañía no se limita a actualizar un avión: apunta a redefinir la naturaleza misma del combate aéreo, situando al F-35 como eje de una futura era de interoperabilidad autónoma.
Imagen | Lockheed Martin
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