“Si nosotros no la aprovechamos [la riqueza genética] generando nuestras propias variedades, alguien más lo va a hacer”, advierte el científico.
“Esa es la principal limitación […] si por ejemplo quisiéramos transferir algún descubrimiento que nosotros hiciéramos […] no sabemos si alguien más lo va a poder usar. Es una zona gris, ¿no? Exactamente. No hay marco legal, no sabemos qué podría suceder, si estamos violando la ley o no, porque no existe.”
Para el público general, términos como “mutación” o “edición genética” pueden generar desconfianza, un desafío que Demesa-Arevalo atribuye en parte a una falla en la comunicación por parte de la comunidad científica. Por ello, es vital entender la diferencia radical entre las nuevas y las viejas técnicas.
Antes, para generar nuevas variedades, los científicos usaban métodos “hasta peligrosos”, como la radiación o agentes químicos, para inducir miles de mutaciones al azar en el ADN de una planta. Era un proceso similar a disparar a ciegas con una escopeta esperando dar en el blanco. CRISPR, en cambio, es un bisturí de alta precisión. Permite cortar y editar una secuencia específica del genoma de manera dirigida.
El resultado es tan limpio que una planta modificada mediante CRISPR para tener una característica específica puede ser genómicamente indistinguible de una planta que adquirió esa misma característica a través de décadas de cruzas tradicionales. La diferencia, concluye el doctor, es que esta tecnología “acelera de manera brutal” la obtención de resultados.
Frente a un panorama de inseguridad alimentaria agravado por la crisis climática, la ciencia ya ha puesto sobre la mesa una de las herramientas más poderosas de nuestro tiempo. La pregunta que queda en el aire es si el marco legal y la voluntad política en México lograrán avanzar a la misma velocidad.
A pesar de su potencial, la adopción de CRISPR en México enfrenta un obstáculo significativo: las estrictas políticas públicas que regulan los organismos genéticamente modificados. Un enfoque regulatorio más flexible y actualizado, similar al de países como Estados Unidos, Canadá o Japón —que ya distinguen la edición genética de la transgénesis tradicional—, podría acelerar la llegada de estos beneficios al campo mexicano.
Paralelamente, es crucial superar la barrera de la aceptación pública. Para ello, es indispensable fomentar un diálogo abierto, transparente y basado en evidencia científica. Solo así se podrá construir la confianza necesaria para desmitificar esta tecnología y aprovechar todo su potencial innovador.
¿Qué es CRISPR?
Si te preguntas “¿Qué es CRISPR?”, la respuesta breve es que se trata de una nueva y revolucionaria clase de herramienta molecular que los científicos pueden utilizar para dirigir y cortar con precisión cualquier tipo de material genético. Los sistemas CRISPR son los métodos más rápidos, sencillos y baratos que los científicos han tenido nunca para manipular el código de la vida en cualquier organismo de la Tierra, incluidos los humanos. Es, sencillamente, la primera tecnología realmente capaz de cambiar la química fundamental de lo que somos.
La respuesta larga es que CRISPR son las siglas en inglés de Repeticiones Palindrómicas Agrupadas Regularmente Espaciadas (Clustered Regularly Interspaced Palindromic Repeats). Un sistema CRISPR consiste en una proteína con capacidad para cortar secuencias y una guía GPS genética. Estos sistemas evolucionaron de forma natural en el reino bacteriano para recordar y defenderse de los virus invasores. Pero los investigadores descubrieron hace poco que podían reutilizar ese sistema inmunitario primigenio para alterar genomas con precisión, lo que ha desencadenado un boom multimillonario en el “hackeo” del ADN.