Estados Unidos ha llevado a cabo un segundo ataque contra una supuesta embarcación de narcos venezolanos en el Caribe, ordenado por Trump, quien aseguró que se trataba de “narcoterroristas” y difundió, otra vez, un video aéreo del impacto que habría dejado tres muertos. El problema es que no se ha podido verificar que el bote perteneciera a un cartel ni que transportara droga. En realidad, lo más preocupante para Venezuela se encuentra a kilómetros de la nación.
Segundo ataque. Como contamos, a inicios de mes se produjo otro ataque contra un “buque de droga” atribuido al Tren de Aragua dejando 11 fallecidos, en un contexto de refuerzo naval estadounidense en la zona con ocho buques (incluidos destructores, un crucero, un buque de asalto anfibio y un submarino nuclear) y de una línea dura expresada por Marco Rubio de “volar” embarcaciones sospechosas.
Por su parte, Nicolás Maduro ha denunciado el último ataque como una “agresión” en aguas internacionales y un pretexto para forzar un cambio de régimen, afirmando que las comunicaciones con Washington están rotas salvo por gestiones de repatriación de migrantes, y rechazando las acusaciones de liderar el “Cartel de los Soles”, pese a que Estados Unidos elevó a 50 millones de dólares la recompensa por información que lleve a su captura.
Una pieza operativa. El tiempo dirá cuál es el alcance de los planes de Washington, pero una pista la ofrece la antigua Naval Station Roosevelt Roads, cerrada en 2004 y entregada en gran parte al gobierno de Puerto Rico. ¿La razón? Estados Unidos la ha reabierto como nodo de operaciones para la campaña contra el narcotráfico en el Caribe y para sostener la presión sobre el régimen venezolano de Maduro.
La llegada de cazas furtivos F-35B, sumada a vuelos de carga C-5 Galaxy y C-17 Globemaster III, así como a la presencia de MV-22 Osprey y helicópteros CH-53K de la Iwo Jima Amphibious Readiness Group y de la 22nd Marine Expeditionary Unit, ha convertido el actual Aeropuerto José Aponte de la Torre, en Ceiba, en un centro de actividad creciente. Personal de la Fuerza Aérea ha reactivado la operatividad de la torre de control, mientras equipos de tierra cargan y descargan material para sostener operaciones inminentes, recuperando el pulso logístico de una instalación que durante años parecía definitivamente adormecida.
Una “ciudad-base”. Con una gigantesca superficie en el extremo oriental de la isla principal, Roosevelt Roads combina una pista de más de 3 km capaz de acoger prácticamente todo el inventario aéreo estadounidense con un puerto de aguas profundas apto para buques de superficie y submarinos, un binomio que la singulariza en el arco caribeño.
Esa dualidad aire-mar vuelve a situarla como punto de apoyo para maniobras de alcance regional y como plataforma de despliegue rápido, funciones que la instalación ya desempeñó durante décadas, ahora reeditadas en un contexto de crimen transnacional, vigilancia marítima y necesidad de movilidad expedicionaria.
Submarino de misiles balísticos de clase Ohio USS Maryland, en la Estación Naval Roosevelt Roads, 1997
Crecimiento en la Guerra Fría. Recordaban los analistas de TWZ que la idea de emplazar una gran base en el este de Puerto Rico nació en 1919, cuando Franklin Delano Roosevelt, entonces subsecretario de la Marina, exploró la zona y la juzgó estratégica para el control del Caribe. Inaugurada en 1943 y bautizada en su honor, la base fue concebida como piedra angular de la defensa regional, con fondeaderos protegidos, un aeródromo mayor y capacidades industriales capaces de sostener buena parte de la flota del Atlántico en condiciones de guerra.
Reorientada como Naval Station en 1957, su huella se expandió durante la Guerra Fría ante la percepción de Cuba como amenaza alineada con la URSS, convirtiéndose en un gran centro de apoyo de la Sexta Flota y acogiendo la Estación de Comunicaciones Naval de Puerto Rico tras ataques que dañaron equipos en otra localización. Con el tiempo, la “ciudad-base” llegó a sumar más de cien millas de viales interiores y a respaldar operaciones que van de República Dominicana y Haití a Granada y Panamá, reflejo de su centralidad en la arquitectura militar estadounidense del hemisferio.
Vista aérea de la base
Declive. El vínculo operativo de Roosevelt Roads con el polígono de tiro de Vieques marcó su razón de ser durante seis décadas, pero también alimentó una contestación social sostenida por las víctimas civiles y el daño ambiental. El fin de los bombardeos en 2003 vació de contenido su misión principal y, en pleno giro estratégico tras el 11-S hacia campañas en Oriente Medio y Asia Central, la base entró en el proceso de cierre del BRAC.
La Marina transfirió miles de viviendas, escuelas, utilidades y un hospital al gobierno de Puerto Rico, decisión celebrada por quienes rechazaban la militarización, pero que abrió un hueco económico de gran calado en la región de Ceiba y municipios adyacentes.
Reactivación operativa. Pese al cierre formal, Roosevelt Roads nunca desapareció del todo del mapa funcional: en 2017 sirvió como plataforma para el esfuerzo de ayuda tras el huracán María, demostrando la utilidad de su infraestructura integrada en situaciones de emergencia.
El 31 de agosto, el retorno a gran escala de la Marina para apoyar el adiestramiento y las operaciones de la 22nd MEU reactivó de manera visible su cadena logística, su tráfico aéreo y su rol como “nexo” de una arquitectura antidrogas reforzada, con efectos multiplicadores sobre otras instalaciones de la isla que operan en tándem.
El debate en Puerto Rico. Mientras un funcionario de Defensa descarta, por ahora, la reapertura permanente, en la isla crece la pulsión por devolver a Roosevelt Roads un estatus estable. La Resolución del Senado 286, impulsada por los senadores Nitza Morán Trinidad y Carmelo Ríos Santiago, propone auditar el estado de la antigua base y estudiar su eventual reasignación para fines de seguridad nacional bajo el Ejército.
El argumento se sustenta en una doble promesa: contribuir a la defensa del Caribe y las Américas y, a la vez, reactivar un motor económico que durante décadas irrigó empleo, servicios e inversión en Ceiba y alrededores. La memoria de los costes sociales asociados a Vieques convive hoy con la evidencia de que la instalación, adecuadamente encajada en misiones concretas y con mínimos ambientales estrictos, puede generar actividad y resiliencia regional.
Posibles escenarios. Sin un horizonte temporal definido (u “oficial”) para la operación caribeña de Washington, el curso más factible a corto plazo es la continuidad de Roosevelt Roads como hub de entrenamiento, proyección y logística conjunta, con flujos de aviación táctica, transporte estratégico y presencia naval regulando la intensidad según necesidades.
A medio plazo, la combinación de un foco político-militar sostenido en Centro y Sudamérica, la singularidad de su infraestructura dual y la iniciativa legislativa local podrían cristalizar en planes más ambiciosos, reabriendo el dilema entre la oportunidad económica y las sensibilidades históricas en torno a la militarización.
Mientras tanto, la realidad es inequívoca: la base que muchos daban por definitivamente clausurada ha despertado de su letargo y vuelve a ocupar un lugar operativo en el tablero del Caribe, con capacidad para influir tanto en la seguridad regional como en la economía del oriente puertorriqueño.
Imagen | Roosevelt Roads, Picryl, Dominio Público
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